En este post anterior cuento la lectura de «Pablo Neruda: los caminos de Oriente», de Edmundo Olivares, una fabulosa recreación biográfica del periplo que llevó a Ricardo Neftalí Reyes, a la sazón cónsul voluntario de su país, Chile, entre los años 1927 y 1931 a residir en Yangón (Birmania, hoy Myanmar), Wellawatta (suburbio de Colombo, capital de Ceylán, hoy Sri Lanka) y Batavia (hoy Jakarta, Indonesia), y a escribir a lo largo de estos años la mayor parte de los poemas de Residencia en la Tierra, uno de los libros capitales de la poesía en español del siglo XX. Quizás sea exagerado decir, con Gabriel García Márquez, que Neruda fue el mejor poeta en cualquier idioma de su siglo, pero está fuera de duda que fue uno de los más influyentes y sigue siendo de los más leídos.

En mi caso personal, su influencia fue intensísima en mi juventud estudiantil (y posteriormente también), sobre todo por Residencia en la Tierra, que he releído decenas de veces, siempre admirándome por su fuerza y clarividencia marítima, oscura y asiática. Como en el dicho artículo anterior está reseñada bastante al detalle la apasionada y meticulosas biografía de Olivares, en estas líneas no haré más que contar, con cierto orgullo, claro, que finalmente conseguí mi propósito, un tanto fetichista, sí, pero también no exento de rigor filológico, al desplazarme hasta el número 56 de la 42nd Lane, en Wellawatta, Colombo, para ver el lugar donde residió el poeta entre 1929 y 1931, a muy pocos metros de las orillas del océano índico -que tan poderosa y nocturnamente bate en sus versos.

(Fuente de la fotografía: https://m.elmostrador.cl/cultura/2018/05/19/neruda-en-la-desaparecida-ceylan-la-inedita-influencia-en-el-poeta-de-la-actual-sri-lanka/)

Previamente había reunido alguna de las escasas fotos de la época en las que se adivinaba algún cachito de la residencia material -la casa, vaya- en aquélla ubicación: se distinguen algunos tejadillos puntiagudos y ventanas que dan al chalet un leve aire colonial, propio del cargo consular, y más propio aún del abandono solitario en el que el poeta pasaba los largos días y noches del trópico leyendo literatura inglesa, bebiendo whisky local -quizás un primitivo Arrack-, recibiendo de tanto en tanto amigas placenteras, y aburriéndose mucho, muchísimo, hasta llegar verdaderamente al fondo del tedio y la desesperanza, que es precisamente el lugar donde nacen y crecen los versos más audaces, desinteresados e innovadores.

También con carácter previo al viaje había recorrido la 42nd Lane varias veces con Google Earth, en busca de la casa mitológica -sin encontrarla. Pensaba que quizás había cambiado la numeración; o que se había hecho alguna reforma, o tapiado los accesos… o, naturalmente, que simplemente ya no existía. Pero para salir de dudas tenía que ir allí.

Así que, acompañado por mi mujer y por Kalpa, un guía local, el 13 de agosto llegamos a la 42nd Lane, que se abre a la izquierda, en dirección Colombo, desde la carretera A2, la principal costera que une la capital cingalesa con sus periferias del sur. Este breve vídeo recoge tal cual la trayectoria desde el giro hasta el número 56, supuesto lugar de los hechos poéticos hace ya casi cien años:

Una vez allí, encontré en efecto una tapia sin ventanas, aunque con el número 56 claramente identificado y repetido varias veces. Y un timbre sin nombre alguno. Supuse tontamente que la casa debía estar deshabitada; me alejé lo que pude, para intentar ver más allá o por encima de la tapia -quizás estaría la casa en ruinas aún, quizás un solar. Mi mujer y Kalpa me aguardaban y vigilaban pacientemente desde el coche. Me acerqué varias veces al timbre, con el naif estupor del admirador que quisiera tocar la campanilla y preguntar «¿es esta la Residencia en la Tierra del Sr. Neruda?». Pensaba incluso que si llamara, si sonara la sirena turbulenta del timbre, sus negras sílabas eléctricas, su vendaval en silencio, sonaría, sonaría, y alguien vendría, sí, alguien vendría; o quizás retornara a través de los siglos la propia voz del poeta, pausada y metálica, diciendo «Ah, maligna, ya has vuelto a encontrarme…», disimulando la voz para evitar que Josie Bliss volviera a reconocerle y acosarle, fantasmal siempre, en justo castigo por su olvido y su desdén. Pero no tuve el valor de pulsar ese botón sin nombre. (1)

En cambio, fue Kalpa quien en un arranque de sentido común que nunca le agradeceré bastante, se plantó inesperadamente a mi lado y me dijo «¿por qué no llamamos?». La perspectiva de tener a alguien que interpelara en cingalés al fantasma que pudiera abrir la puerta me tranquilizó y me hizo ver que era, con mucho, una iniciativa magnífica. Y sonó el timbre. Mis latidos interiores retumbaban entonces por encima del rumor del océano y el monzón de agosto.

Y alguien vino, sí, alguien vino, y abrió la puerta, y no era un fantasma, ni mucho menos, ni un demacrado guardián del pasado, sino el amable señor Ibrahim Hamza, propietario y habitante actual de la residencia. Kalpa le dijo un par de frases en cingalés, e Ibrahim nos invitó a pasar. Al trasponer el umbral me dí cuenta definitivamente de que la casa original ya no existía, pues estábamos entrando en una construcción relativamente moderna, sobria y funcional, sin tejadillos, sin aire colonial, sin apenas encanto salvo el poderoso efluvio lírico que seguía emanando del subsuelo.

Ibrahim habla y comprende perfectamente el inglés, así que en la media hora siguiente nos ofreció asiento, invitó a té con pasteles y tuvo la amabilidad de responder a todas mis preguntas. En primer lugar, no éramos los primeros en llamar a su puerta preguntando por Neruda. No es que vinieran cada lunes y cada martes, pero tampoco le sorprendió la pregunta inicial de Kalpa, razón por la que de inmediato nos acogió hospitalariamente.

Supe por él que fue su abuelo quien compró la casa original, que resistió hasta el año 2000, cuando el mismo propietario decidió demolerla por incapacidad de hacer frente a los múltiples achaques de ruina que presentaba, y para construir en su lugar otra más adaptada a sus necesidades. Como prueba de existencia de la casa antigua, Ibrahim me mostró algunos fotos familiares de él mismo y su hermano, con cuatro o cinco años, posando frente a los muros originales. Hay que decir que en estas fotos apenas se aprecia nada de la casa original, ya que el fotógrafo obviamente no le daba ningún valor, sino que simplemente quería retratar a sus hijos o nietos lo más guapos posibles. Aún así, se aprecia un rincón de ventana y algún otro detalle que me hizo estar seguro de que, definitivamente, el actual número 56 de 42nd Lane Street de Wellawatta, Colombo, corresponde con las coordenadas de la residencia en la tierra de Neruda en Ceylán.

No quise pedirle que me dejara fotografíar sus propias fotos, pues me parecieron demasiado familiares; pero no es grave, porque a fecha de hoy Ibrahim Hamza y yo mantenemos contacto; tenemos los respectivos correos y teléfonos; y estamos ambos dispuestos a proseguir lo necesario para, mediando algún apoyo gubernamental, conseguir que algún día una placa, al menos, recuerde el lugar y sirva quizás de punto de peregrinación para todos los entusiastas de la gran renovación poética que tuvo lugar a principios del siglo XX y en la que Neruda -junto a otros gigantes como Lorca, Alberti, Ramón Gómez de la Serna, Altolaguirre, etcétera- tuvo tan destacada participación.

Quizás podamos reunirnos allí cada año, con motivo del monzón de mayo, para leer de día y noche, frente al índico, los poemas de Residencia en la Tierra, invocando al fantasma del poeta, y a los buques de carga, y a tormentas, naufragados y perros vagabundos. Hay incluso muy cerca, a dos portales del 56, un hotelito, el Marine Six, donde podríamos alojarnos y beber Arrack durante el par de días que durara este festival conmemorativo, que luego podría llevarnos por cierto a Batavia, y quizás antes de nuevo a Birmania.

En fin, Ibrahim Hamza (cuya actividad profesional es curiosamente la editorial, en el ámbito de materiales educativos infantiles) también me hizo preguntas, claro, y le conté una vez más lo importantes que las coordenadas geodésicas de su vivienda son para la literatura universal; él escuchó con sonrisa y simpatía mi apasionada narración, propia tanto de un filólogo como de un fan victim. Después, le he enviado algunos artículos y referencias adicionales sobre Neruda y su relación con Ceylán – Sri Lanka. Quedan por hacer ahora las gestiones de interés ante las embajadas chilena y española en Sri Lanka, para ver si hay posibilidad de ubicar esa placa conmemorativa, o algún otro tipo de recuerdo en memoria del poeta y el lugar -quizás caracolas, timones, barcos… una reducida sucursal de la parte del Museo de Isla Negra que sobrevivió a las llamas incendiarias de los pinochetistas en 1973.

Para despedir un buen rato tan emotivo, Ibrahim (primero por la izquierda, con camiseta azul celeste), junto con su parte de su familia, posaron con nosotros frente a este mítico 56 de 42nd Lane, que viene a ser para la poesía algo así como el vértice de acceso al otro mundo que los protagonistas de Twin Peaks 2017 buscan, en la seguridad de que solo en este punto tendrán oportunidad de asomarse a las claves de un misterio imposible de entender con la razón -solo con la intuición. Cosa que, por cierto, también puede decirse de la poesía.

(1) Las referencias literarias se entenderán mejor tras la lectura de «Barcarola»: 

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