Esperaba muchas ideas estimulantes de Oralidad y Escritura, de Walter Ong, uno de los textos de pensamiento fundamentales del siglo XX, y sin duda me queda trecho. Pero lo que no esperaba es encontrar una idea motriz para una gran película: la conexión entre la investigación literaria y filológica y el espionaje global en las asombrosas décadas de la segunda mitad del siglo XX. A lo mejor en ella se inspiró George Lucas para construir el personaje de Indiana Jones. Copio a continuación algunas de los párrafos que pueden leerse en el extraordinario prefacio de John Hartley:

“Hay un trasfondo de filosofía política a lo largo del estudio académico de la historia de la literatura los Estados Unidos […] Norma Holmes Pearson, al igual que Perry Miller en Harvard, fue agente secreto para la OSS (Oficina de Servicios Estratégicos) -precursora de la CIA- durante la Segunda Guerra Mundial […] Se trataba de construir un lazo entre la retórica clásica ciceroniana, la democracia masiva moderna y la república estadounidense”.

La idea de que adustos profesores de filología en Harvard y Yale fueran en realidad agentes de la CIA, y de que la Casa Blanca considerara el estudio de la Literatura Comparada una fuente de información relevante para el contraespionaje es de lo más bonito e interesante que he leído en los últimos meses -y mira que he leído.

Claro que después de Sueños de Ácido  nada puede sorprender: la maravilla del siglo XX se cuece también en esas ambiciones del poder político para controlar las mentes de los ciudadanos, afortunadamente con tal ingenuidad que resulta, como mucho, motivo de novela cómica. Es un filón infinito. Las décadas hippies -años 50 a 80, en California, grosso modo– son lo más fecundo, fértil y fantasioso del pensamiento moderno.

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