Decía Giovanni Papini que al Paraíso también se entra por la puerta del pecado. Ahora que hemos sido iluminados y comprendido que la amnistía no solo es constitucional, sino además el mejor instrumento democrático para el perdón y la convivencia, es razonable suponer que iremos viendo en próximas décadas sucesivas amnistías a determinados colectivos (porque para los individuos ya está el indulto, y no debe confundirse una amnistía con un indulto general, que este sí que es malo). Los líderes más hábiles harán guiños en campaña a aquellos colectivos que acumulen penas y procesos incoados por un estado represor y unos tribunales malévolos incapaces de comprender la motivación de su delito. ¿Quién duda de que los antiabortistas actúan convencidos de defender el bien más preciado de la humanidad, la propia vida? ¿Dónde está el límite de lo justificable por convicción política? El racismo, ¿no es comparable al nacionalismo, que predica la superioridad ciudadana de unos votantes sobre otros, ya sean senegaleses, charnegos o maquetos? Las infracciones de tráfico, ¿no veis que en realidad están cometidas por obedecer al sagrado dios de la productividad económica, a quien los semáforos y pasos de cebra roban poco a poco millones de preciosos segundos?

Lo único conveniente es que, en el momento del atestado policial o de la primera declaración ante el juez, el delincuente manifieste que su fechoría se adscribe al marco de tal o cual reivindicación o ideología. Que conste. Después, tampoco está mal localizar a un número suficiente de delincuentes con faltas similares a las propias, por aquello de la fuerza electoral. El machismo, si alguien quisiera dotarle de ideología ¿podría ampararse en la convicción de que hay un género superior a otro, de la misma forma que los nacionalistas piensan que su lengua es mucho más bonita y superior a todas las demás, que deben ser erradicadas de la sociedad? Se abre la veda: todos seremos amnistiables. Los jueces y tribunales trabajarán por obligación, pero ya sabiendo que cualquier delito es transitorio, y que el punto de vista de las sentencias justas es inferior a la sabiduría benéfica del político que amnistía y abre así las puertas del perdón y del paraíso de la convivencia a un cierto número de ovejas descarriadas, a las que todas las demás se supone que debemos recibir balando con alegría y preparando la otra mejilla, por si acaso.

Otra de las iluminaciones recibidas en estos días tiene que ver con la fe. Por fin ha quedado claro que es muy superior al libre albedrío. Si el líder dice que el camino al paraíso está por  donde al final todos vemos un abismo, y aunque el mismo líder dijera la semana pasada que la dirección buena era la contraria, hay que tener fe. La fe nos libera del trabajoso vicio de pensar libremente; solo exige una dulce obediencia; retuitear con arrobo las consignas; aplaudir cuando todos aplaudan y hacer a quienes discuten la infalibilidad del líder, mediante sutiles miradas reprobatorias o sanas exclusiones del grupo de cañas, que su falta de fe es lamentable, que no hemos comprendido nada.

Estoy seguro de que va a dar gusto vivir en esta nueva España en la que por fin el perdón, la convivencia y la fe se imponen a la justicia, la reparación y la razón, conceptos ilustrados que llevaban mucho tiempo estorbando el normal desarrollo de la actividad política.

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