Farmacología del espanto
Día 8. El presidente del gobierno visita el Hospital Universitario Central de Asturias, donde sigue ingresado el decapitador a la espera de traslado a prisión o a centro psiquiátrico penitenciario. Sánchez se hace selfis con el personal.
Día 6. Los medios rectifican y afirman que el decapitador no tenía diagnosticada ninguna enfermedad mental, ni recibía por tanto tratamiento médico. Sin respuesta de @astursalud. La búsqueda en Google «decapitador + esquizofrenia» devuelve resultados de otros sucesos similares: en 2012 en Tenerife; en 2017 en Rusia; y otro reciente en Chile.
Día 2. Se publica que el parricida estaba en tratamiento psiquiátrico por esquizofrenia. De momento no se conocen más detalles sobre los medicamentos incluidos en su pauta, ni sobre la supervisión médica del tratamiento. Se difunde también que una semana antes de matar a su padre, el enfermo se «entrenó» decapitando una oveja. Un asesinato que podría quizás haberse evitado, como tantos otros, con algo más de atención social. Qué lástima que focalicemos en la truculencia y no investiguemos las circunstancias, en este caso las médicas. Ello podría evitar tragedias futuras. No parece que la pauta de medicamentos asignada al parricida de Oviedo fuera la correcta. Pregunto por Twitter a la Consejería Asturiana de Salud si les consta el tratamiento médico y si hay otros pacientes que estén actualmente siendo tratados con la misma pauta.
Día 1. Hoy me he desayunado con la noticia macabra del día, consistente en la decapitación de un hombre en Oviedo a manos de su hijo, el cual posteriormente salió semidesnudo con la cabeza en las manos a una glorieta de tráfico para arrojarla contra los parabrisas de los coches circulantes. En las primeras informaciones, se decía que el presunto asesino había sido internado en el módulo psiquiátrico del Hospital Universitario Central de Asturias. Los primeros testimonios vecinales le retrataban como un hombre tranquilo. Suele ocurrir.
Horas después, la referencia «psiquiátrica» parece haber desaparecido de las informaciones (al menos de las que yo he visto), y únicamente se habla de «ingreso hospitalario». Dejando aparte la cuestión de por qué un asesino puede ser conducido tras su detención a un hospital en vez de a comisaría, mi natural susceptibilidad me sugiere que en el suceso hay, evidentemente, un factor psiquiátrico, que -más allá de las apresuradas, inocentes y benéficas referencias de los periodistas madrugadores- alguien no quiere que trascienda a los medios. En el informativo nocturno se aclara que el hombre «dio negativo en los tests de alcohol y drogas», como si fuera un accidente de tráfico. Pero obviamente esta mención de drogas incluye únicamente a las ilegales, y no a medicamentos autorizados y comercializados habitualmente. Tampoco olvidemos que en inglés drugs significa, precisamente, «medicamentos».
9 de abril: ¿Deberíamos exigir a los atestados policiales un análisis de oficio de los consumos farmacológicos detectados en sucesos violentos? Para así poder trazar la posible incidencia de drogas medicamentosas en ellos, y contribuir a su prevención. Mi respuesta es que sí. El caso de Andreas Lubitz, el copiloto de German Wings que estrelló su aparato en una ladera de los Alpes en 2015, es paradigmático. La policía encontró «medicamentos antidepresivos» en su apartamento. Si hubieran hallado «publicidad yihadista», todos habríamos acordado que el móvil era terrorista, pero al consistir el hallazgo en sustancias legales, respaldadas por ingentes lobbies económicos y políticos -ésta es la verdadera cuestión- pasamos página.
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