Se hace necesaria la siguiente enmienda (prácticamente a la totalidad) post-electoral: sí que funciona el voto del miedo. Una parte significativa del electorado prefiere ceder influencia a los independentistas -sea cual sea su historial, y conociendo sus intenciones declaradas (no les importa nada la suerte del resto de españoles, solo la suya propia, y esto parece perfectamente aceptable por el progresismo)- que a un partido de tintes machistas. Abascal da mucho más miedo que Otegi o Puigdemont. El dóberman, hoy, es un señor con bigote, sin depilar, con pulserita de España y capaz de decirle «¡tía buena!» a la primera que pase. Torrente, vaya.

(y ahora el artículo original, escrito antes de las elecciones):

La campaña socialista en estas elecciones generales 2023 adolece de un error de cálculo fundamental, una suposición desacertada, que neutraliza prácticamente todos sus esfuerzos. Se trata del supuesto miedo a la ultraderecha.

Los estrategas de Ferraz dan por hecho que el español medio vive aterrorizado ante la posibilidad de que Vox pueda tener alguna posición de poder o margen de influencia en un próximo gobierno, pero no es así. El español medio -en mi opinión- considera a Vox un partido pintoresco, de ideas quizás retrógradas, pero básicamente inofensivo. O, al menos, menos peligroso que otros, como los que han intentado un golpe de estado en toda regla (los independentistas catalanes) o tienen en sus filas a asesinos terroristas (legalmente rehabilitados por el cumplimiento de sus penas, pero con su historial intacto en la mentalidad del español medio).

Comparado con estos, que son precisamente aliados parlamentarios del PSOE, Vox resulta un partido hasta simpático para muchos españoles, ya que parte de sus reivindicaciones no suenan mal: simplificar el estado mediante una nueva recentralización, revisar el enfoque de género, o las situaciones de discriminación positiva que benefician a determinados colectivos… parecen al elector ideas inofensivas. repito, al menos si las comparamos con las barbaridades reales llevadas a cabo por otros partidos a los que el PSOE da plena legitimidad democrática. Y, en todo caso, son ideas. Se asume que, en caso de tener alguna influencia en el gobierno futuro, ya se encargaría su presidente de impedir que alcanzaran a menoscabar la base real de los derechos constitucionales de cualquier persona o colectivo. Si no, tardarían poco en pagar su propio precio electoral en cuatro años.

Este es el error fundamental de la estrategia socialista. Están agitando un espantajo que nadie teme -o no tantos como ellos calculan-, mientras tienen detrás suyo figuras que generan mucha mayor inquietud y temor.

Es más inteligente la campaña de Sumar. El planteamiento general de “un país que cuida a su gente” es atractivo, y hasta original. Se percibe como avalado por la política de ERTES, salario mínimo, reforma laboral… Es decir, capitaliza en positivo todo lo que el PSOE deja de lado para centrase en su representación del “túnel del tiempo tenebroso” (Sánchez dixit) en el que un PP sin mayoría absoluta haría entrar a los españoles.

Hay, por último, otro error de cálculo. Cuando Feijóo ofreció a Sánchez, en riguroso directo, firmar el acuerdo para gobernanza de la lista más votada, quedó en evidencia que el interés socialista no es evitar que Vox llegue a tener influencia (cosa que conseguirían permitiendo un gobierno popular en minoría), sino mantener a toda costa, repitiendo hasta la saciedad, los argumentos de identidad entre derecha y ultraderecha (son lo mismo, dice Patxi López cada vez que abre la boca) y el consabido miedo al doberman -figura icónica que ya les traicionó en 1996, por cierto.

Es como si un hermano prefiere cerrar la puerta de la cabaña a otro que decidió salir a la nieve, cuando este regresa perseguido por el lobo. Si realmente te interesa el hermano, abres la puerta. Si lo que te interesa es que no entre frío en la cabaña, le dices: “Búscate la vida. Eso te pasa por salir a la nieve”. O bien es que ni él mismo se cree que haya lobos en las cercanías.

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