La verdad es que lo que estamos viviendo este largo fin de semana, desde que Sánchez anunciara el miércoles su retiro espiritual para meditar sobre su futuro, es poco frecuente, intenso y triste. Intentaré trasladar aquí, con mayor espacio que en el rácano Twitter, lo que pienso al respecto, que seguramente no le importa a nadie, pero bueno, me servirá al menos como ejercicio literario.

Mi sensación, de manera clara, y creo que compartida por la inmensa mayoría de los españoles, tanto de derechas como de izquierdas, es que hay algo más, de momento oculto, tras el anuncio del presidente. Es inverosímil que el apóstol de la resistencia se derrumbe por la admisión a trámite de una querella, que probablemente tuviera poco recorrido más allá de la admisión. Le sobran juristas asesores para hacerle ver esto. También es increíble que la misma persona que pocos días antes, en el Congreso de los Diputados, le gritaba con malicia a Feijóo «¡y más cosas!», tras una intervención sonrojante (como casi todas las suyas) de la vicepresidenta Montero haciéndose eco de una información falsa sobre la mujer del líder de la oposición, haya de repente visto la luz de la crueldad y la maldad alumbrando ese gesto, y haya caído del caballo comprendiendo que no está bien mentar a la mujer del prójimo político.

Hay algo más; y si en sus cinco días de retiro llega a la conclusión de que puede taparlo, incluso con medidas excepcionales, seguirá en el puesto; y si no, dimitirá, para seguir intentando la rehabilitación y la reparación moviendo los hilos del gobierno y su partido. Esa es mi impresión personal. También pienso que ese «algo más» está relacionado con Pegasus, el sistema israelí de espionaje que infectó su móvil durante unos cuantos meses allá por 2020 y 2021, precisamente las fechas en las que ocurren la mayor parte de hechos (cartas de apoyo, subvenciones al máster, rescates de empresas) del caso que nos ocupa. La reapertura el martes 23 -un día antes de la espantá- del caso Pegasus en la Audiencia Nacional, tras aportar Francia nuevos datos, es, si se mira bien, el único hecho de envergadura suficiente para justificar el giro desde el Sánchez  gesticulando con chulería «y más cosas» contra Feijóo, al doliente enamorado melancólico que se pregunta si todo esto merece la pena.

Por el camino, la reactivación de la izquierda más populista de la historia de España está produciendo escenas también que uno preferiría no haber visto jamás: una exministra de Ciencia, primero, y luego la vicepresidenta primera del gobierno -la que sería la sustituta- hablando de «buenos y malos», como si esto fuera Star Wars; periodistas de reconocida trayectoria firmando un manifiesto infumable que habla de «golpismo judicial y mediático», por una querella admitida a trámite, en relación con unos hechos que no han sido desmentidos por los interesados, ni contra cuya información se ha interpuesto querella por difamación, y en definitiva un subidón de temperatura social inaudito y peligrosísimo, que hace creíble el vaticinio que hasta hace poco solo suscitaba carcajadas al equiparar al PSOE español con el partido colorado de Nicolás Maduro. Que el CIS lance una encuesta con preguntas como «¿cree usted que la mentira debe influir en la vida política?» durante la reflexión del melancólico amador indica que él mismo, o alguno de sus acólitos (pero ésta es una decisión que ha tomado él solo, por lo visto) está sopesando el estado de ánimo del electorado para tomar una decisión u otra. Esa encuesta activa del CIS es el mayor respaldo para la tesis de la acción estratégica coordinada bajo movimiento de distracción.

Malos tiempos para la política, muy malos, nefastos. La herencia de Zapatero: un PSOE volcado en la estrategia electoral, en la renuncia a la Transición, y en el sometimiento de todos los principios al interés cortoplacista. Un PSOE empeñado en convencer a base de repetir, y no de razonar, que «derecha y ultraderecha» es un pack único e indivisible, como el huevo frito con patatas, y que por tanto once millones de españoles, por lo menos, somos fachas, y creciendo el número día a día, por lo que se hace imperativo levantar ese muro que nos aísle para evitar que contagiemos con nuestras dudas, alternativas y razonamientos a los fieles de intramuros. Tristeza, asco y, también, algo de melancolía, ahora que está bien vista.

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