La relectura de Lovecraft, en 2023, permite establecer un indudable paralelismo entre su universo creativo y el David Lynch. No se si hay que hablar de influencias o de coincidencias, y poco importa en realidad, porque de lo que se trata es de celebrar la confluencia.

El eje central, el verdadero core, de toda la obra de ambos es lo inexplicable. Escribe Lovecraft en carta a Clark Ashton Smith, en 1930: “Mi concepto de la fantasía no es una negación, sino una extensión de la realidad. […] La función verdadera de la fantasía es darle a la imaginación terreno para expandirse sin límites y satisfacer estéticamente la curiosidad sincera y candente y el sentido de la maravilla que una minoría sensible de la humanidad experimenta hacia los abismos tentadores y provocativos del espacio inexplorado y de la existencia ignota, que irrumpen en el mundo conocido procedentes de infinitos desconocidos y en relaciones desconocidas de tiempo, espacio, materia, fuerza, dimensionalidad y conciencia” (Cartas, Ed. Aristas Martínez, 2023, p. 346). Estas palabras podrían, de hecho, figurar como sinopsis en la solapa de cualquier edición DVD de Twin Peaks 2017. ¿Verdad?

El misterio permanente que fascina a Lynch y empapa toda su filmografía, ese misterio que mueve las copas y las ramas de los abetos Douglass de tan extraña y sugerente manera, es el mismo que agita los sauces en The Willows, el relato de Algernon Blackwood que Lovecraft consideraba el mejor de horror jamás escrito.

Quizás la visión de Lynch es algo más optimista que la de Lovecraft -cuestión de personalidad, o modo de vida. David ha tenido éxito en la vida, sin duda, y es una persona feliz consigo misma, conciliada con el mundo. Howard tuvo que esclavizarse literariamente al servicio de otros autores y jamás vivió algo parecido a un éxito rotundo, aunque post-mortem su prestigio no pare de crecer y contagiar mentes. Es una cuestión de leve matiz, ya que Lynch es capaz de construir microrrelatos de terror como la escena inicial de Twin Peaks 2017, en la que dos jóvenes se acaramelan frente a una cámara de cristal donde algo, nadie sabe qué, puede manifestarse en cualquier momento. Todo el capítulo 1 de la serie es, de hecho, bastante terrorífico. A la vez, Lovecraft da a menudo muestras de humor literario y personal, como se ve en muchas de sus cartas, y como evidencia, por ejemplo, riéndose de T. S. Eliot en uno de los momentos cruciales de El caso de Charles Dexter Ward: “…empezó a murmurar un padrenuestro; al cabo de un rato se le fue apagando la voz en una especie de mescolanza mnemotécnica como la modernista Tierra baldía de T. S. Eliot, volviendo a la repetida doble fórmula que acababa de encontrar en la biblioteca subterránea: Y’ai `ng`ngah, Yog-Sothoth, y así sucesivamente…” (Lovecraft, H.P., El caso de Charles Dexter Ward, Ed. Valdemar, colección El Club Diógenes, 2011, p. 174).

La serie de Aventuras Oníricas de Randolph Carter lleva el paralelismo de los mundos lovecraftiano y lynchoide a puntos de no retorno. La llave de plata es como el Twin Peaks de 1990: una secuencia de enigmas de difícil explicación, pero no necesariamente atribuibles a lo innombrable. Sin embargo, A través de las puertas de la llave de plata despliega una fantasía metafísica multilateral y cuántica que tiene todos los ingredientes de Twin Peaks 2017: múltiples identidades simultáneas, anulación de las referencias temporales, percepción a través de sentidos telepáticos… En las páginas escritas por Lovecraft en 1927 está incluso la última frase de la serie difundida noventa años más tarde: “Luego, en la creciente oscuridad del crepúsculo, oyó una voz del pasado: la del viejo Benjiah Corey, el criado de su tío abuelo. ¿No hacía treinta años que había muerto Benjiah? ¿Pero treinta años a partir de qué fecha? ¿En qué año estaba?” – What year is this? (Lovecraft, H.P., Viajes al otro mundo. Ciclo de Aventuras Oníricas de Randolph Carter, Alianza Editorial, Libro de Bolsillo, 1971, p. 54).

(Continuará).

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