Comenzando la lectura de El poder de los cuentos, de Georges Jean. Empieza bien. Jean pretende averiguar por qué los cuentos -en su aspecto más legendario, fantasioso e infantil, como narraciones breves y contundentes- tienen esa facultad para imprimirse en la memoria individual y colectiva, y viajar a través de las eras de la humanidad sean cuales sean sus circunstancias.

Apenas he leído quince páginas, pero ya quedan claras algunas de las características del poder de los cuentos: la atemporalidad («érase una vez…»); la contundencia del final (todo conduce a una conclusión que siempre debe estar a la altura del desarrollo), y otras que iré comentando en sucesivas apariciones en este diario de lecturas, pues el librito, como digo, promete.

Sin embargo, de las páginas iniciales lo que más me ha llamado la atención no ha sido ningún planteamiento analítico, sino la declaración del autor de escribir en primera persona. Tratándose de un ensayo -ese género consagrado por Montaigne, Feijóo y las Noches Áticas– en el que parece que el autor tiene la obligación de invisibilizarse bajo una tercera persona del singular anónima, científica y supuestamente objetiva- la declaración resuena como un campanazo estupendo al inicio del libro: Jean quiere hablar de sus experiencias, no pretende establecer verdades objetivas, sólo quiere desarrollar e intentar explicar la maravilla de su vivencia en relación con los cuentos. ¿Os imagináis que Linneo hubiera establecido su taxonomía vegetal atendiendo al impacto subjetivo de cada especie? Pues algo así es lo de Jean. Claro que en materia literaria la subjetividad es de por sí un criterio mucho más poderoso que la morfología. Incluir a la filología en las ciencias sociales (suponiendo que tal epígrafe no sea de por sí un oxímoron) es tan ambicioso como -con la excepción de la gramática histórica de Menéndez Pidal- inútil.

Claro que Jean conoce la obra de Propp, y la de sus rivales Stith, Aarne y Thomson. Pero él no pretende hacer ciencia filológica, impersonal y castrada, sino explicarnos sin compromiso sus ideas sobre la cuestión. Mucho mejor.

Recuerda a otra frase escrita al inicio de los Diarios de Cioran, toda una declaración de intenciones sobre su escritura: «introducir la emoción en el concepto».

Bienvenida sea la ciencia escrita en primera persona, los ensayos, la historia, e incluso la matemática. Nada hay tan exacto que no mejore con el reconocimiento de que todo son opiniones, impresiones, vivencias personales. Teorema de Pitágoras incluido.

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