En estos días de desencandenamiento final de la crisis política catalana, cuando todos nos estamos dando cuenta del monstruo que hemos creado tras décadas de transigir con una diferencia o un sentimiento injusto desde su origen, y nos preguntamos cómo hemos podido llegar al enfrentamiento emocional entre independentistas y constitucionalistas en las mismas familias, grupos de amigos, colectivos de trabajo y redes sociales en general, quiero traer aquí una reflexión sobre el que creo que es el próximo territorio en el que puede ocurrir un enfrentamiento sordo, inducido, brutal e inesperado: ni más ni menos que el género, masculino o femenino, claro.
El populismo, la demagogia, y en última instancia el marketing y la retórica, se basan en la oposición de pares polares bueno-malo, como es sabido. Trump achaca a los inmigrantes todos los males de EE.UU; Nigel Farage hizo lo propio con Bruselas; Hitler con los judíos; y el independentismo catalán -salvando las distancias y reconociendo su guante blanco- con los españoles, supuestos culpables de su saqueo económico y aniquilación cultural. Hay abundantísima literatura sobre los mecanismos que llevan a estas dicotomías facilonas al triunfo en la comunicación de masas, pero todo acaba siendo muy simple: preferimos siempre pensar que la culpa de cualquier cosa es siempre de otro, o de un grupo de «otros», y nunca propia. La combinación de este resorte mental con la comunicación multilateral y horizontal de las redes sociales es lo que da origen a la ya tristemente célebre era de la postverdad.
En el mapa global de las guerras polarizadas -étnicas, económicas, políticas-, hay una que creo que está pasando peligrosamente desadvertida, y es la de género.
El género -sexo masculino o femenino, mayoritariamente- no es un territorio, ni una etnia, y ni siquiera una religión. Es una condición humana de la que resulta difícil librarse, y con la que hay convivir, para bien o para regular.
El otro día escuché a un justamente prestigioso presentador de informativos anunciar el hallazgo de una mujer amordazada, maniatada y en estado de coma en una cuneta de carretera. El suceso era un misterio, pero el periodista añadió que «fuentes de la investigación descartan la violencia de género». ¿Quiere eso decir que es menos atroz, que no debe preocuparnos tal hallazgo? Es el mismo reflejo informativo que lleva a los noticieros a descartar -o no- el «origen terrorista» de los atropellos en núcleos urbanos últimamente.
Y la similitud de ese reflejo es, precisamente, muestra de la gravedad del caso. Asumimos implícitamente que un asesinato puede ser o no «violencia de género», como si lo segundo lo situara en el marco de una serie de acciones terroristas, organizadas, premeditadas. La violencia de género, así, presupone una conspiración global del género masculino contra las mujeres. No distingue entre individuos: es «de género». Cualquier hombre es sospechoso, desde una perspectiva de género, igual que cualquier mexicano para los votantes de Trump o cualquier español para los independentistas catalanes. Sin embargo, deberíamos aplicar a estos tremendos crímenes la misma atención que se hace con el «terrorismo islamista», en el que nos cuidamos mucho de identificar a todo el islam con el terrorismo, y preferimos por tanto hablar de «yihadistas», como activistas del terror frente a islamistas, que son simplemente practicantes de una religión no necesariamente violenta.
Volved al primer párrafo: ¿cuántos pensábais que veríais el día de familias divididas y una polarización tan intensa entre catalanes y españoles? La inercia de la comunicación de masas es mucho más poderosa, incluso emocionalmente, de lo que somos capaces de racionalizar. Así surgen las guerras.
One Response to Nacionalismo, populismo, género.
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Estos días me está ocurriendo una de ésas que confirma el desatino absoluto de la ignorancia humana, y su reflejo en el sesgo informativo de internet. A partir de una charla en la comida me puse a buscar una foto del Peñón del Cuervo donde se viera claramente su silueta. Es un caso único en el mundo, pues el peñón esculpe una imagen perfecta de un cuervo comiendo (y solo un cuervo, ningún otro ave), pero solo se aprecia realmente si lo ves en barca desde el mar, en dirección suroeste-noreste, a 50 o 100 metros de distancia. Así lo tenemos Pa y yo grabado en la memoria. Pero él cree que se ve desde la carretera. Por eso me puse a buscar en la red. Y hete aquí que no existe una sola foto en todo internet, ni una entrada, ni la más mínima referencia, donde quede plasmado ese absoluto milagro de la naturaleza que los malagueños, esos popes del turismo, tienen en su más famosa playa: NO LO SABE NADIE. Nadie ha sacado una foto desde el ángulo donde se ve el cuervo. Inexplicable. Absurdo. Demencial. Un desperdicio imperdonable del mayor prodigio natural de la costa.
Pero, entonces, rebuscando, lo que sí me he encontrado es con la dramática historia del Camino de los Canadienses, que corre paralelo al Peñón: asistidos por sanitarios canadienses, 150.000 malagueños huyeron de las hordas franquistas de Queipo de Llano, en febrero del 37, camino a Almería. 5.000 murieron bombardeados. Todos civiles. Otros tantos de agotamiento. Y, entre el 37 y el 44, otros 18.000 fueron fusilados, en juicios sumarios, por el entonces gobernador Arias Navarro. Sí. El mismo que subió al cielo con un volante por aureola. Con lo cual, ese mismo cuervo, al final un oscuro demonio, custodia una de las fosas comunes más grandes y desconocidas de Europa. (En parte porque se construyó una entrañable fábrica de cemento encima).
¿Cómo enlaza todo esto con tu artículo? Pues eso: en la desinformación, el olvido arbitrario, el desatino absoluto. Nadie dice una sola cosa buena sobre el Puigdemonio. Ni siquiera El Jueves. Ni tampoco se aborda el debate entre monarquía y república. Que, al menos en Europa, simboliza dos formas muy distintas de ver la vida. Ahora resulta que El Robot Pescador estará pagado por el KGB ruso. Es algo, pues, más grave que el sesgo informativo: es que, sencillamente, nadie recuerda lo que ocurrió. Menos mal que ahí está el cuervo, inamovible como un mausoleo… para el que lo pueda ver.