Cioran

Cuenta Cioran en una de sus escasas entrevistas –recopiladas en este librito por Décitre, que no sé si está editado en España, pero que recomiendo absolutamente– que no existe el olvido. Y lo explicaba con una anécdota maravillosa: el día antes de la entrada de las tropas nazis en París, Cioran entró en una sastrería a comprarse un traje nuevo. No por nazi, sino porque tenía que dar una conferencia y no tenía nada que ponerse; él no contaba o no estaba al corriente de la inminente entrada de los nazis. El caso es que estuvo viendo telas, tomándose medidas, trasteando por la tienda…  y al final se fue sin comprar nada. Justo en el momento de abrir la puerta para salir, oyó al dependiente o propietario mascullar «¡qué gilipollas…!». Por esas cosas de falta de reacción en el momento, siguió su camino, abrió la puerta y se fue. Pues bien, veintisiete años después Cioran se despertó angustiado en medio de la noche tras una pesadilla espantosa y con el único y absoluto deseo de estrangular al dependiente en respuesta al insulto. Nada se olvida.

Esto a veces ocurre con la música.
Esta cancioncita de Cranberries no me pasó desapercibida cuando se publicó allá por 1993, hace ya 22 años. Quizás porque los gallitos de Dolores O´Riordan nunca me habían gustado, tampoco le presté demasiada atención. Y ayer en medio de la tarde sentí el impulso súbito, claro y contundente de volverla a escuchar. Y desde ayer a hoy la habré oído 20 veces. Nada se olvida, nunca.

 

 

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