La historia de la vida
Este es el libro que tengo en el baño. En un pequeño revistero, junto al trono. Voy leyendo poco a poco, media página o una entera, según el día. No deja de tener cierta gracia leer la historia de la vida en el momento de ejecutar uno de sus procesos fundamentales, la devolución a la naturaleza de lo que nos sobra. Cierto es también que esta devolución, en las ciudades, es algo frío, aséptico y -como su nombre indica- inodoro. Qué desperdicio de fertilización. Pero bueno, no es ése el tema de estas notas.
Sino el libro en sí mismo. Seguro que habéis visto más de una vez la clásica infografía que representa la historia de la vida en forma de calendario anual, de manera que la aparición del homo sapiens tiene lugar poco antes de la medianoche del 31 de diciembre, y toda la historia de la humanidad en pocos segundos antes de las campanadas.
Pues bien, este libro trata de todo lo anterior. De todo lo que ocurre entre el 1 de enero y el 31 de diciembre. Voy por la página 145 (son 330) y aún no han aparecido ni las amebas. Los meses de enero a junio, prácticamente, son una sucesión de tormentas y desplazamientos telúricos que tienen como consecuencia colateral, por puro exceso, la aparición de la vida. Sopas de aminoácidos, descargas eléctricas, rayos y truenos: el origen de la vida desde luego se parece mucho a lo que Mary Shelley imaginó en Frankenstein. (Por cierto, recordadme que escriba uno de estos días algo sobre Mary Shelley: ¿cómo se puede escribir un único libro tan magnífico y luego no hacer nada más? Me induce a pensar que no fue ella la verdadera autora. Pero este tampoco es el tema de estas líneas).
El tema de este post es la historia de la vida. Ni más ni menos. Mientras escucho el hondo y oscuro sonido del zurullo cayendo en el agua higienizada, me maravillo hasta el alma por el origen de la vida. ¿Qué necesidad había? ¿Pa qué tenía que meterse el universo en una historia tan complicada, con bigbangs, miles de millones de estrellas, agujeros negros, antimateria, qué se yo cuántas cosas? Todo esto, ¿pa qué?
Yo sé que cuando me muera no habrá nada más. Mi alma no saldrá del cuerpo, ni me esperará San Pedro en ninguna nube para tramitar mi ingreso en el cielo o el infierno (¡y menos mal!). Sobre todo, desde que quitaron el purgatorio no tengo ningún interés en el catolicismo. El purgatorio fue, sin duda, la mejor idea de la cristiandad en el más allá. ¿Quiénes son los justos que merecen el cielo sin duda alguna? ¿Hay alguien tan realmente malvado que merezca el infierno? (De las dos preguntas anteriores, mi tendencia es a responder que sí a la segunda, a la vista de la historia del siglo XX, pero aún así tengo dudas. No merecen el infierno, quizás, aunque sí un buen par de hostias y algo más. Soy de los que no dudarían en exterminar a algunos individuos si no me viera nadie, y en algunos casos incluso aún viéndome).
Pero no ese el tema de este post. Es la historia de la vida. Cientos de miles de millones de años, explosiones, combinaciones químicas, organismos arrastrándose por un cieno precámbrico con sus patitas alargadas, dinosaurios, pájaros, primates, homo sapiens. (Raro es que el feminismo aún no haya objetado a esto de que sapiens sea el homo, por cierto. Pero no es éste el tema).
El tema es para qué coño estamos aquí. Qué broma pesada nos ha situado en un mundo que no deja de deslumbrarnos con sus luces violentas de invierno madrileño, su simplicidad majestuosa en el contraste de una hoja de otoño con el azul del cielo, la sonoridad de la risa de un niño, el canto del agua en una fuente. Estamos para dar fé de la belleza. Escribir es una forma de hacerlo. La música es mejor, pero más difícil.
Hola, soy Alberto. !Bienvenid@ a mis páginas personales! Aquí encontrarás literatura y comunicación en diversos soportes: textos, fotografías música, voces… ¡Pásalo bien!
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