Mi amigo Charli tiene un bar. Es un bar chiquitín, de apenas 30 metros cuadrados. Pero Charli es un crack. Curra intensamente; es simpático; da buen género. El bar está casi siempre lleno. Le da de comer a él, su mujer y un hijo de cinco años.

En primavera y verano, Charli pone algunas mesas en la calle. No tiene licencia para hacerlo, así que el Ayuntamiento regularmente le multa con 1.500 euros al principio de la temporada. Charli paga la multa, y contrata a una persona para atender la terraza.

Ha intentado en varias ocasiones obtener licencia para la terraza. Es aparentemente imposible. A pesar de que a los españoles nos encantan el aire libre, la vida social, el vino y las aceitunas, las solicitudes de Charli se pierden en una maraña de expedientes, dosieres, certificados y avales que nunca acaban de llegar a buen puerto. Paga la multa de cada año, y ya está.

Charli tiene sentido común. Me siento a tomar un whisky de viernes en su terraza ilegal y se explaya conmigo:

«Hay cinco millones de parados en España. Si mi terraza fuera legal yo podría consolidar un empleo fijo. Y si me permitieran ampliarla -sólo puedo tener cuatro mesas, y eso que en la acera sobra el espacio- podría contratar quizás dos o tres personas. Hasta estaría dispuesto a pagar al Ayuntamiento por algunos metros cuadrados en el asfalto, lo equivalente a dos coches aparcados. Ahí pondría una tarima de madera y cinco mesas más. Los coches aparcados no generan riqueza. Mi terraza sí lo haría. Pero no hay manera. Si vas a Nueva York o París verás que los hosteleros aprovechan al máximo los espacios de la vía pública. Así se generan empleos, y también impuestos indirectos. A la gente le gusta beber y charlar en la calle. Pagan por ello. Mueve dinero. No entiendo por qué todos son problemas en España para generar empleo y riqueza».

Charli tiene más razón que un santo. Me recuerda al «Caso Chiringuitos», cuando se pretendía cerrar un buen número de establecimientos playeros de Andalucía so pretexto de la conservación del paisaje. Este caso -de principios de 2007- cayó en el olvido, naturalmente, cuando las cifras del paro empezaron a escalar a velocidad de vértigo, en 2008. Hoy nadie se acuerda de él. ¿Qué administración se atrevería a emprender un cierre masivo de establecimientos hosteleros hoy en día?

Sin embargo, las administraciones locales ahogan a un montón de pequeños establecimientos con normas absurdas que parecen sólo perseguir alimentar cuotas de multas que nunca cristalizarán en licencias. Mi amigo Charli también se gastó la pasta en una tele para que la gente pudiera verla en su bar. Una pantalla de plasma, preciosa. A los veinte días la policía municipal se personó para facturar la correspondiente multa por instalar una tele sin licencia.

¿Cinco millones de parados? ¡Y a diez llegaremos mientras nos parezcan normales estas locuras! ¿Tan difícil es dejar hacer a la gente que tiene talento para generar movimiento de dinero? ¿Hasta cuándo seguiremos aferrados a patéticos prejuicios administrativos de ultra reglamentaciones que al parecer sólo persiguen recaudar las multas correspondientes por incumplirlas?

 

 

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