Voz oída a mis espaldas

Metal precioso más que alguno,

música fugaz que altera el aire

-todo mi sentido mientras dura,

toda mi esperanza si calla.

No necesito volver la vista

para reconocer al ángel

hablador, criatura desde donde

-divina emisión- se propaga

la única belleza, la que duele

a un tiempo y alegra. De nuevo

la tiniebla la tierra tomara,

robando sus encantos a quien fía

su gracia en el color, en diamantes,

en ropas llamativas y exclusivas:

no podría silenciarte. Para no

quererte hay que dejar de oír,

hay que morir para olvidar

tu canto, timbre del paraíso,

próxima voz más que todas,

invulnerable al espacio, luz

que ilumina y mejora el silencio,

aire donde florecen lágrimas,

soplo divino que forma otra vez

toda deshecha esperanza.

Don de lenguas el amor te presta:

es señal la transparencia,

a tu alrededor, del espíritu

suspenso con que oye cada cual

su íntimo idioma de nuevo,

fuera al fin su soledad de sí.

Siguiente

Anterior

Indice de primeros versos