Un médico francés examinaba

las testas de los reos, recogidas

al pie de la tajante guillotina.

Movía ante sus ojos una lámpara

de lado a lado, y, en efecto,

la vista casi inánime del triste

seguía brevemente este destello.

Así en el cauce seco la corriente dura

cierto tiempo, cegada ya la fuente.

Pero tú

no imites la agonía, ni el inerte

discurso de llanuras: sé el impulso,

sé las manos que requieren en su amante

labrar un curso nuevo, no perderse.

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