En joyería, una cuestión esencial es la determinación del grado de pureza de los minerales o cristales. Arquímedes ha pasado a la historia (entre otras muchas cosas) por encontrar, jugando con una corona como si fuera patito de bañera, la forma de descubrir el fraude con el que unos taimados orfebres querían engañar al rey Herón, después de haber mezclado con metales de menor valor el oro puro que les había sido entregado para fabricar su corona.

En literatura, quizás pueda aplicarse también esta distinción de kilates o grado de pureza diamantina.

Todo acto social -y la literatura lo es- necesita intermediarios, gremios que transporten el bien, comerciantes que lo distribuyan. El autor que engendra el diamante necesita editoriales que sepan llevarlo hasta sus potenciales compradores, de manera que se produzca ese mágico contacto comercial sin el cual ninguna comunicación es posible. Los comerciantes del oro valoran la calidad de las vetas y la pureza del material que se les entrega para, después, hacer su trabajo y transformar esos gramos de maravilla en joyas de escaparate, codiciadas por los mejores ciudadanos.

Este planteamiento metafórico puede servir para ilustrar lo fascinante que puede llegar a ser el estudio de las relaciones entre el hecho literario en estado puro -la idea genial- y su derivada comercial en la corriente industrial de cada momento.

¿Cuántas novelas de miles de páginas podrían ser reducidas a un resumen de doscientas líneas? ¿Qué se perdería de ellas al hacerlo? ¿Es esta operación comparable a la de definir los kilates reales o el grado de pureza de un artículo de joyería o bisutería? ¿Cuál es la composición molecular esencial de lo literario, aquello sin lo cual ninguna obra, por más que se la mezcle con otros ingredientes, llegará jamás al corazón de un lector? ¿En qué medida los ingredientes añadidos pueden aportar valor? Pues ciertos componentes textuales -que serían como la plata, el bronce o el estaño en el caso de la corona de Arquímedes- tienen también su valor, no son necesariamente morralla. Lo único que no se perdona es que se pretenda venderlos al mismo precio que el oro; ese es el fraude que sospechó Herón y confirmó el genio de Siracusa.

Una aproximación mineral al hecho literario. Y una historia de la literatura enfocada como la industria comercial desarrollada durante milenios en torno a las piedras y cristales de mayor valor, con toda la picaresca que aporta el comercio.

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