¡Quién me iba a decir, a mí que empiezo tantos libros por el final, que me hago auto-spoilers leyendo en Wikipedia resúmenes de los argumentos antes de empezar una lectura, que iba a encontrar, finalmente, una historia de la que he ido pasando página a página sin querer saltarme ninguna por nada del mundo, evitando que se pegaran las hojas para no descubrir nada antes de tiempo, y que esa historia iba a ser una de amor, el más simple de los argumentos! Una historia escrita parcialmente con fragmentos de un diario, no de adolescente pero sí de joven menor de veinticinco, con retazos de cursilería dignos de la telenovela más lacrimógena del dial analógico en una remota aldea de algún país emergente, pero con muchas páginas y una historia central de tal brillo que casi hay que leer con gafas de sol, de puro deslumbrantes.

El hecho de saber que una novela es autobiográfica es un detonante de su credibilidad. Habrá episodios y detalles más o menos fantasiosos, pero si las fuentes externas certifican que lo esencial de la trama sucedió verdaderamente, la lectura tiene resuelto de partida el problema esencial. Es el caso de Maitreyi. La noche bengalí. de Mircea Eliade, y de su novela paralela, Mircea. No muere, de Maitreyi Devi.

Dejemos que Joaquín Garrigós, uno de los traductores más fieles de Eliade, sitúe la historia:

A principios de abril de 1928, Eliade preparaba su tesis de licenciatura sobre la filosofía del renacimiento italiano, pero en la Biblioteca de la Universidad de Roma descubrió el libro “A history of indian philosophy”, de Surendranath Dasgupta, profesor en la Universidad de Calcuta, y esto le hizo dar un giro a sus inquietudes intelectuales, dirigiéndolas a la filosofía oriental. En en el prólogo Dasgupta, agradecía el patrocinio del maharajá de Kassimbazar, bajo cuyos auspicios se había publicado el libro. Ni corto ni perezoso, Eliade escribió al maharajá solicitando una beca para poder estudiar dos años con Dasgupta quien, por su parte, aceptó  tomarlo como discípulo. Así que el 22 de noviembre se embarcó para India, donde habrían de transcurrir los siguientes tres años de su vida. Primero se instaló en la pensión angloindia de la señora Perris, en el número 82 de Ripon Street y acudía a las clases de Dasgupta en la universidad, para estudiar filosofía y sánscrito. Dasgupta inmediatamente advirtió las facultades excepcionales que concurrían en su discípulo y, siguiendo la usanza india de que el alumno se forme junto al maestro, le invitó a vivir en su casa. Así que en enero de 1930 con 23 años de edad, abandonó la pensión para instalarse en casa de su maestro, en un barrio residencial de Calcuta. Allí vivían también su esposa y sus dos hijas: Maitreyi, que entonces tenía 16 años, y Chabú de 11, junto a una multitud de criados y parientes. Pronto nace un apasionado idilio entre Maitreyi y Eliade que dará lugar a una de las más bellas historias de amor de la literatura. 

El talento literario de Eliade (1907-1986) sorprende a quien no lo conoce. La lectura de los relatos breves Medianoche en Serampor y El Secreto del Doctor Honigberger (Anagrama, 1997) puede ser una buena iniciación, si tenéis la paciencia necesaria para leer algo diferente antes de empezar con Maitreyi. Eliade, además de ser uno de los máximos eruditos del siglo XX en historia de las religiones, cultivó desde adolescente el género fantástico. Maneja la tensión narrativa de manera magistral, e introduce la magia y lo inexplicable en los argumentos con la misma naturalidad que un pájaro levanta el vuelo. En Maitreyi, esa tensión alcanza momentos en los que uno siente pequeños chispazos en los dedos posados sobre la página. Por ejemplo, en la escena en la que los enamorados, simplemente con la mirada y el roce de las manos alcanzan un éxtasis gravitacional cuyas ondas de choque se perciben como las líneas de un pentagrama: «He sentido y comprobado ese portento humano: el acceso a lo sobrenatural a través del tacto, de la mirada, de la carne«, escribe (pág. 86 de la edición de Kairós, año 2000).

El choque cultural experimentado por un rumano de curiosidad insaciable viviendo con una familia en Calcuta, recibiendo cada día mil impactos de costumbres y creencias misteriosas, junto con el momento vital de la pareja, y por supuesto la sensación de prohibido que por la propia cortesía familiar tiene cualquier contacto sospechoso con la hija del anfitrión, son ingredientes adicionales que mantienen el suspense de Maitreyi permanentemente en cotas inverosímiles. Ahora bien, aunque sea autobiográfica es una novela, un texto que contiene elementos fantásticos. Discernir cuáles, establecer una distinción clara entre lo que sabemos con certeza que ocurrió y lo que el escritor añade de cosecha propia, es tan fascinante como la propia lectura.

El romance avanza por los cauces tantas veces recorridos pero siempre novedosos: episodios de celos, contactos eróticos, éxtasis recíproco y de aprendizaje en común. Eliade se plantea convertirse al hinduismo y pedir la mano de Maitreyi, cosa que, ingenuamente, cree que sería bien visto por los padres, a los que atribuye incluso el deseo de que esto ocurra como una de las razones que motivaron la invitación a vivir con la familia. Ante la perspectiva del matrimonio, el autor -fino psicólogo de sí mismo- siente que la tensión amatoria retrocede, pues es sabido que el amor que termina bien supone el final de los cuentos, colorines colorados y mesas con perdices, y luego una siesta eterna. Aunque reconoce esa duda, propone el plan a Maitreyi. Pero algo inesperado impide su ejecución.

Voy a contaros como termina, pero no lo consideréis spoiler, porque ese final no será, ni muchísimo menos, el de la historia real. Debido a una indiscreción involuntaria de la hermana pequeña, la familia descubre el romance. La madre mantiene una actitud serena y distante, pero el padre entra en cólera y expulsa inmediatamente a Eliade de la casa, recriminándole su traición a la confianza, y le prohíbe mantener cualquier contacto futuro con su hija, bajo amenaza de denuncia a la policía y de utilizar todas sus conexiones para expulsarle del país o incluso encarcelarle. Desconcertado, expulsado del paraíso en caída vertical, Eliade regresa a la pensión, e intenta infructuosamente contactar con Maitreyi vía postal, utilizando a uno de sus parientes, pero resulta imposible establecer la comunicación. Decide retirarse al Himalaya, donde vivirá como anacoreta en una pobre cabaña durante varios meses. Después, regresa a Europa. Ahí termina la novela de Eliade, pero no la historia de la pareja. Maitreyi toma el relevo.

Una historia de amor, por su propia naturaleza, es siempre la versión, parcial y subjetiva, de quien la cuenta. Por ello resulta excepcional que la protagonista de ésta escribiera su propia versión, Mircea. No muere, en 1973, cuarenta y dos años después de los hechos. El detonante de su decisión fue una visita a Calcuta de Sergui Sebastián, amigo de Eliade, que pidió entrevistarse con ella. Su conversación desató en Maitreyi un proceso mental mucho más allá del recuerdo:

       Estaba sentada en un diván bajo, con los pies plantados con firmeza en el suelo, cuando de repente fui elevada hacia arriba. Me encumbré, permanecí cernida en el vacío, sin soporte. Mis pies ya no estaban en el suelo, la habitación no tenía techo. Sí, sé que estaba mirando de hito en hito a Sergui; él sonreía ligeramente, yo también, y una fuerte sensación me recorrió el cuerpo. Me convertí en una gota de mercurio, incapaz de mantenerme estable (p. 16 de la edición de Kairós).

Esta experiencia alucinógena, similar a la magdalena de Proust, desencadena en Maitreyi un proceso de recuerdo y reconstrucción de su historia de amor con las mismas características: ella no «rememora» mentalmente, sino que todo su ser resulta literalmente trasladado a los años y espacios pasados, con tanta intensidad que vuelve a vivirlos, convenciéndose de que el espacio y el tiempo son algo diferente a las rutinas de cada día. Es posible que este modo de recordar sea un recurso literario, pero no por ello deja de ser impresionante. Comienza a escribir su novela.

Aunque no era escritora profesional, tenía desde niña contactos muy estrechos con el mundo de las letras, la poesía y la filosofía. Su padre, gran erudito, poseedor de una biblioteca de cuatro mil títulos, incluidos muchos recientemente publicados en Europa, procuró darle una educación filológica de primer orden. A los dieciséis años, en la época de su romance, ya había publicado un primer libro de poesía, y daba conferencias sobre temas filosóficos. Su máximo referente y protector era el mismísimo Rabindranath Tagore, Premio Nóbel de Literatura en 1913, a quien visitaba con frecuencia y por quien se dejó aconsejar durante toda su vida. En su juventud y madurez, Maitreyi escribió otros cuatro libros de poesía, ocho sobre Tagore y cuatro de viaje, filosofía y reformas sociales. Pero Mircea. No muere sería su primera y única novela. Se publicó en 1976, y obtuvo la máxima distinción de la Academia de las Letras de India. Tuvo tanto éxito, o más, como la Maitreyi de Eliade había cosechado tras su publicación en Rumanía en 1933, y sobre todo a partir de la traducción francesa de 1950. Y dividió al público lector, como veremos más adelante.

En una historia de amor autobiográfica, todo se reduce a cuatro componentes: la psicología del enamorado, que habla en primera persona; la interpretación que hace del comportamiento de su pareja; la cronología objetiva del romance (aproximaciones, declaraciones, contactos, caricias, besos, planes…), y las circunstancias impuestas por el mundo exterior, que puede jugar a favor (la naturaleza, la noche, las flores) o en contra (los prejuicios familiares, las leyes sociales, los enemigos celosos). La novela de Maitreyi recoge los mismos episodios y momentos que la de Eliade, pero ahora es ella la que habla en primera persona, y quien interpreta los pensamientos e intenciones del otro. Está magníficamente escrita, y alcanza cotas líricas de altura similar, o mayor, a las de su partenaire. Las diferencias entre ambas versiones resultan interesantísimas. Ella denuncia como «sarta de mentiras» los episodios de mayor intensidad erótica, pero reconoce el enamoramiento en todo su esplendor. Leer ambas novelas es observar la misma tormenta desde dos posiciones diferentes, y darse cuenta de que la perspectiva puede alterar detalles concretos, y el nivel de las precipitaciones en uno u otro sitio, pero los rayos y truenos estallan a la vez. Hubo una serie de televisión, The affaire, de 2014, que utilizó un mecanismo similar para contar un romance central, en formato audiovisual, con los mismos escenarios y situaciones en  versiones paralelas. Como es sabido, el presente no existe, por lo que cualquier descripción de un hecho no es más que la versión recordada por uno de sus espectadores o protagonistas. Literariamente, es fascinante.

Pero lo mejor es que la novela de Maitreyi no termina cuando lo hace la de Eliade. Ella nos cuenta todo lo que ocurrió después de la separación, durante cuarenta y dos años, hasta el reencuentro de ambos en Chicago, en 1973.

Aprendemos, por lo pronto, que la madre intentó persuadir al padre para ser tolerante con la pareja, pero que resultó inútil. Los prejuicios de casta, a los que tanto Maitreyi como la madre veían posible superar, junto con la sensación de confianza traicionada, fueron determinantes para la decisión tajante del padre. Un año después de la separación, la familia visita las cuevas del Himalaya donde se refugian los ermitaños para su meditación, y uno de ellos, haciendo de guía, les comenta que en una de las cuevas vivió durante algunos meses un sahib -un hombre blanco. Eso desencadena en Maitreyi la necesidad imperiosa de buscar algún rastro de Mircea, quizás su nombre escrito en una pared de roca. Esas páginas llegan a la misma altura que los vuelos de San Juan de la Cruz cuando da a la caza alcance, en versión de joven enamorada.

Cuatro años después de la separación, Maitreyi acepta un matrimonio concertado de rito hindú, con un hombre 14 años mayor que ella, al que no conocerá antes de la noche de bodas. Curiosamente, este hombre resulta ser la dulzura y la comprensión personificadas, y aunque se supone que puede que haya oído algo de su historia anterior -cotilleos en Calcuta- nunca le pregunta nada, siempre está a su lado y hace todo lo posible porque su vida sea feliz. Tienen un hijo y una hija. Maitreyi se dedica, además de a la escritura sobre Tagore, poesía y filosofía, a obras de carácter social: funda el Consejo para la Promoción de la Armonía Común en 1965; colabora estrechamente con la Fundación Ghandi y llega a ser vicepresidenta del Consejo Coordinador de Mujeres de India. Su línea de acción política y social defiende siempre la igualdad y la empatía con todos quienes sufren situaciones injustas o no pueden desarrollar libremente sus vidas y sus vocaciones por imposición de las tradiciones seculares, prejuicios sociales y sistema de castas.

Esta actividad es pública -biografía de Wikipedia- pero ella no la cuenta en su novela, exceptuando algunos encuentros con Tagore. Su libro está estrictamente centrado en el proceso de traslación temporal que le hace revivir su amor de juventud, y, finalmente, tomar la decisión de ir a visitar a Eliade en su cátedra de historia de las religiones de Chicago.

Mircea. No muere es el mejor canto jamás escrito a la supremacía del amor sobre todas las cosas. En muchas páginas, la autora manifiesta explícitamente su deseo de que el libro sirva para terminar con las limitaciones del sistema de castas, de manera que no le pueda ocurrir a otra pareja futura en su país lo que le ocurrió a ella y Eliade. Por esto dividió polémicamente a sus lectores, a favor y en contra de esta posición.

El marido de Maitreyi la animó decididamente a hacer el viaje de reencuentro con Mircea. Le dijo que era necesario para su plenitud espiritual, que nunca podría ser verdaderamente feliz si reprimía el proyecto de volver a ver, cara a cara, a su amor de juventud, y que sería también la mejor forma de que su matrimonio, después, si ella quería, pudiera seguir viviendo en paz, con todas sus deudas espirituales saldadas. En 1973, Maitreyi hizo el viaje, y consiguió su propósito. Ese reencuentro sí que no lo voy a contar. Son las páginas finales del libro, y dan sentido a toda la aventura vital, pero no voy a contarlo aquí. Es la confirmación de que el vínculo amoroso, como dice el título de la novela, no muere. Pero no lo voy a contar.

Además, la historia no termina realmente aquí. La periodista rumana Adelina Patrichi, especialista en cultura de la India y promotora de la Editora Taj, entrevistó en 2002 a Chitrita Devi, hermana pequeña de Maitreyi, «Shabu» en la novela de Eliade, cuya involuntaria indiscreción originó el desastre de la separación en 1930. Chitrita confirma en esa entrevista la mayor parte de los detalles aportados por Eliade sobre el episodio crucial. A la pregunta de si estaban realmente enamorados, responde que su hermana Maitreyi sí, pero que en su opinión Mircea estaba tan solo jugando. La relación entre ambas hermanas se quebró tras la publicación en 1976 del libro de Maitreyi; no volvieron a hablarse. El hogar fundado por Surendranath Dasgupta se había ido desmoronando lentamente desde la separación de Maitreyi y Mircea, y sufrió el golpe definitivo cuando el propio Dasgupta abandonó a su mujer a cambio de una joven estudiante. Según Chitrita, la novela de Maitreyi fue un clavo más en el ataúd de las relaciones familiares, por la exposición a la luz pública de sus intimidades. También afirma en esa entrevista que el viaje a Chicago destruyó el ánimo del marido de Maitreyi, que falleció cinco años después.

Pero la periodista rumana también entrevistó, en 2007, al hijo y a la nuera de Maitreyi, que dieron versiones muy diferentes. Según estos, el viaje fue benéfico; el bendito marido no falleció por disgustos, sino de pura edad, pero feliz. Maitreyi siguió desarrollando sus actividades sociales y culturales hasta el final de su vida, y su hijo y nuera permanecieron siempre a su lado. Maitreyi murió en 1990, a la edad de setenta y cinco años. Tres antes había fallecido Eliade, con setenta y nueve. Gracias a sus dos libros hoy sabemos que, en efecto, las historias de amor nunca mueren, mientras haya lectores, mientras alguien las conozca. Personalmente, pienso que la solución de Maitreyi al eterno y mismo problema que Shakespeare plantea en Romeo y Julieta es muy superior a la del inglés, y mucho más esperanzadora.

***

Notas. 

Los dos libros principales pueden encontrarse en las ediciones de Kairós del año 2000 que ilustran este artículo, y existe además otra edición conjunta de la Editorial Delirio, accesible por la irrisoria cifra de 22 euros.

Las entrevistas de Patrichi con Chitrita y con los descendientes de Maitreyi no están traducidas al español, pero pueden consultarse en rumano (y traducirse online con alguno de los múltiples servicios disponibles) en estos enlaces:

Chitrita: https://www.academia.edu/74310389/Chitrita_Devi_%C8%99i_Nirupama_S_Bhave_Dou%C4%83_destine_o_singur%C4%83_paradigm%C4%83

Priyadarshi y R. Sen (hijo y nuera): https://editurataj.wordpress.com/vitrina-taj/adelina-patrichi-pe-urmele-lui-maitreyi/

Para completar la perspectiva general de la historia puede consultarse con provecho el excelente dosier preparado por Joaquín Garrigós para La Vanguardia, publicado en noviembre de 2000. Puede descargarse aquí

También hay película, centrada únicamente en la versión de Eliade: La noche bengalí (1988), producida y dirigida por el francés Nicolas Klotz, con Hugh Grant, John Hurt y Supriya Pathak. Maitreyi litigó contra la exhibición de esta película, que suponía un rodeo a la promesa de Eliade de no autorizar en vida de ella ninguna traducción de la novela al idioma inglés. Nunca llegó a estrenarse en Estados Unidos, y muy fugazmente tuvo un par de proyecciones en India, y fue pronto retirada de circulación. Está disponible en Internet Archive.

El juego de relieves y de sombras producido por las diferentes iluminaciones sobre el mismo «hecho real» (si es que tal cosa existe) es la esencia de la literatura. Además de las versiones de los protagonistas podrían imaginarse las del padre, Surendranath Dasgupta, inflexible en sus prejuicios de casta, o la de la madre, a la que Eliade atribuye una serena y triste dignidad, capaz de comprender. ¿Alguien sabe si existen tales versiones? ¿Quizás en alguna entrevista en medios locales? Dasgupta murió en 1952, mucho antes de la publicación de la versión de su hija. La madre, Himana Devi, era hermana pequeña de uno de los pioneros de la gran industria cinematográfica india, Himanshu Rai, pero no consta que tuviera actividad artística o cultural, o que dejara constancia de su versión.

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