La sensibilidad mineral de Roger Caillois le condujo a redactar ese libro admirable que es Piedras, publicado en 1966, en el cual repasa las diferentes resonancias espirituales de materias como el cuarzo, la pirita, la arcilla o el feldespato. Caillois hace antología de textos y casos en los que un ente mineral adquiere relevancia significativa. Hoy en día (todo es tan triste y prosaico hoy en día…) lo mineral solo tiene valor económico, ya sea como materia prima (tierras raras, sustancias escasas…) o trabajo finalizado (diamantes, joyas, inversiones…)

Pero lo mineral ha sido objeto de atención mágica durante milenios, y las leyendas y mitologías de todos los tiempos están empapadas de ello. ¿Por qué el islam se reúne alrededor de una piedra sagrada, como la Kaaba, y considera que el paraíso, ni más ni menos, no puede acoger a aquel que no haya dado siete vueltas alrededor de ella? ¿Cuántas películas fabulosas de nuestra era tienen como protagonista estático y absoluto a una simple combinación molecular sin vida aparente? Citemos la más reciente y conocida: El Señor de los Anillos. Toda la acción de esta magnífica idea de Tolkien se basa en la presunción de poderes ultraterrenales, definitivos y apocalípticos de un simple anillo -un objeto al fin y al cabo, por muy bien labrado que esté, por muchos kilates que tenga, por muy brillante que salga en las fotos.

Escuchemos a Caillois:

«Es un hecho que los cristales, igual que los organismos, reconstituyen sus partes accidentalmente mutiladas, y que la región dañada se beneficia de un aumento de actividad regeneradora que tiende a compensar la pérdida, el desequilibrio, la disimetría creada por la vulneración».

Para sustentar este párrafo, Caillois cita a Pasteur:

«Resulta del conjunto de estas observaciones (crecimiento de los cristales de bimalato de amoniaco) que, cuando un cristal se ha quebrado por una cualquiera de sus partes y se le vuelve a su agua-madre, al mismo tiempo que se agranda en todos sentidos por un depósito de partículas cristalinas, tiene lugar un trabajo muy activo en la parte quebrada o deformada, y al cabo de algunas horas ha satisfecho no solo la regularidad del trabajo general en todas las partes del cristal, sino el restablecimiento de la regularidad en la parte mutilada».  (Anales de Física y Química, 3ª serie, XLIX, pp. 5-31)

Creo que nunca se enfatizará de manera suficiente la importancia de estas observaciones. Definen e insinúan el vínculo necesario entre la materia supuestamente inanimada (mineral) y la orgánica, y equiparan los mecanismos de regeneración y recuperación de los cristales con los de los rabos de lagartija, o la propia cicatrización de las heridas que nos hacemos al afeitarnos. La búsqueda del origen de la fantasía adquiere, a la luz de estos párrafos de Caillois y de la observación de Pasteur, una dimensión extraordinaria, pues ya no se trata únicamente de remontar en los orígenes de la vida, sino que la propia materia a la que despectivamente calificamos como inerte pasa a tener un papel esencial en la investigación.

 

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