Ayer mis amigos Nieves y Julián estaban visitando la exposición Fake News: la Fábrica de Mentiras, en la Fundación Telefónica. Una muestra sensacional. El caso es que en un momento  determinado comenzaron a sonar todos los móviles de los visitantes, simultáneamente, con un sonido de sirena de alarma similar al de los submarinos de las películas antiguas, estridente y molesto, diseñado para no poder ser ignorado. Pensaron que era parte de la experiencia inmersiva de la exposición, ya que ahora la cultura es multisensorial y multimedia, pero no. Al abrir sus móviles, todos los visitantes pudieron ver un mismo mensaje: una alerta oficial de la administración pública avisando de inminentes desastres meteorológicos, y aconsejando la inmovilidad, quedarse en casa, no coger el coche, prevenir. Tardaron algún tiempo en asimilar que la alerta no formaba parte del itinerario expositivo. Cambiaron impresiones con otros culturetas on the spot y llegaron a la conclusión de que se trataba de una alerta real, y no de un barroco caso de fake dentro de lo fake expositivo.

Aunque luego resultó que sí, que la alerta tenía su componente fake, ya que las anunciadas lluvias apocalípticas -doscientos litros por metro cuadrado, en veinticuatro horas- no llegaron. A ver, está claro que una alerta puede remitir a una posibilidad, y no a una certeza, y que el trabajo de centinela conlleva la obligación de gritar «¡alarma!» incluso cuando no estás seguro de que las puntas rojizas que brillan en el horizonte sean los fuegos y las lanzas del enemigo. De hecho, mejor nos hubiera ido si el centinela encargado de las alertas sanitarias hubiera, en su momento, avisado de la posible gravedad de la epidemia COVID-19, en vez de despachar la amenaza (a cinco semanas del confinamiento total) como «cuatro o cinco casos, a lo sumo».

¿A quién convienen las alertas apocalípticas? Voy a intentar enumerar algunos de sus posibles beneficiarios.

1.- Las compañías de seguros. Normalmente, las cláusulas de cobertura excluyen los daños causados por fenómenos meteorológicos o cósmicos tales como terremotos, volcanes, maremotos y tsunamis. Es de suponer que si, a partir de ahora, comenzamos a incluir las tormentas veraniegas (debidamente renombradas como DANAs, al igual que las borrascas son ahora «ciclogénesis explosivas») en el elenco de fenómenos adversos que pueden eximir del pago de reparación de daños, pues eso.

2.- Los medios de comunicación. El apocalipsis genera muchos más clicks que una simple tormenta.

3.- Las propias administraciones públicas. Si al final hay desastre, pues lo avisaron; y si no, pues fallaron otros (los científicos o el sistema informático).

4.- Los servicios de protección civil. Si la gente se está quietecita en sus casas, es menos probable que se vean desbordados. De hecho, esto es lo único mínimamente convincente.

5.- La gente, en general. Podrá contar a sus nietos que vivieron «la DANA de 2023». Los más afortunados serán entrevistados para los informativos de mediodía, en estaciones ferroviarias o en aeropuertos, y vivirán los cinco segundos de gloria pronosticados por Warhol, actualizados por la deflación.

6.- Los servicios de mantenimiento. Si se hunde un puente o se colapsan instalaciones mal entretenidas, será culpa del apocalipsis.

Vivimos en la era del apocalipsis continuo. Las lluvias, los besos, los gestos y las palabras ya no pueden tener un carácter casual; solo pueden formar parte del mainstream informativo si se muestran avalados por esa condición de fin de los tiempos, hasta aquí podíamos llegar, o esto ya sí que es lo último que define el siglo.

Los conspiracionistas dicen que esto de las alertas masivas por SMS forma parte de la estrategia general para control total de la población, claro. Ahora que ya va tocando reforma constitucional, puede que sin hacer mucho ruido se modifiquen los regímenes de limitación de derechos en estados de alarma, sitio o guerra, y se incluyan las alertas rojas por SMS como limitadoras legítimas de la capacidad de movimiento, reunión o expresión de los ciudadanos. Eso dicen. No parece verosímil. Lo que sí llama la atención es que para esto de las alertas se habilite sin problemas un sistema telemático conectado a la telefonía móvil de cada cual, pero sigamos siendo incapaces de votar por SMS, en elecciones de todo tipo o en referenda.

Esta semana, si no lo impiden las circunstancias meteorológicas adversas, iré a ver la exposición Fake News.

 

 

 

 

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