Vaya por delante que el Kafka de Pietro Citati (editorial Acantilado) es una auténtica pasada, un libro que se disfruta como pocos, un descubrimiento. Ya dije lo mismo hace poco de La luz de la noche, colección de ensayos sobre obras maestras de la literatura universal, algunas poco conocidas pero siempre magníficamente reseñadas. En Kafka, Citati despliega de nuevo una escritura digna del Premio Cervantes, una pasión empática genuina y una imaginación entusiasta y envidiable. Ahora, bajo el signo general del elogio, permítaseme la crítica.

Está bien que no haya aparato bibliográfico, que muchas veces distrae y empantana la lectura. Pero se echa de menos un apéndice con la timeline esencial de la vida de Kafka tal y como resulta narrada. La cronología es importante. Si hay un hecho cierto, un pilar arquitectónico indispensable de cualquier narración, es el antes y el después. Ciertos experimentos literarios -Cortázar, literatura comparada, ciencia-ficción- coquetean con la intercambiabilidad del antes y el después, pero incluso estos juegos se basan en el reconocimiento implícito de que el tiempo es unidireccional. Lo cierto y lo falso son, como estamos recordando tristemente a principios del siglo XXI, elementos mucho más jabonosos y esquivos: dependen de testigos, admiten versiones. No digamos ya la culpa y la inocencia.

También me hubiera gustado encontrar una aproximación más humana al escritor. ¿Fumaba? ¿Se masturbaba? ¿Bebía alcohol? Parecen preguntas triviales, pero cuando se trata de un alma atormentada por la imposibilidad de superar barreras metafísicas, castillos imposibles o procesos sin sentido, estos pequeños datos anecdóticos podrían aportar información relevante. Todo lo que se nos dice sobre estos importantes detalles higiénicos es que observaba la práctica alimenticia de masticar interminablemente todo lo que pasaba por su boca antes de enviarlo al estómago.

Supongo que la relación general entre tabaco y literatura está bien documentada -de todas formas, ¿conocéis una buena monografía explícita sobre el tema? El vicio del café de Balzac debe ser conocido para comprender su obsesión folletinesca y su capacidad de penetración en el alma social. Del alcohol, mejor no hablamos: Poe, Bukowsky, Dylan Thomas… Etcétera, etcétera. Pero lo que me interesa no es tanto la relación del vicio con la escritura como la del propio escritor con su vicio. Normalmente, uno recurre a lo que le sabe que le daña (y la mayor parte de los vicios tienen reputación de dañinos) cuando topa con la imposibilidad de superar un obstáculo por la vía directa; busca en el vicio un atajo, una pócima, un conjuro que le permita elevarse sobre las dificultades, y en último caso olvido y consuelo. O puede que simplemente busque inflingirse un castigo para ver si así la próxima vez lo hace mejor. En este sentido es tremendo el siguiente párrafo de las Cartas a Milena:

«Me gustaría ser su alumno y cometer errores constantemente, para que pudiera regañarme en todo momento. Yo estoy sentado en mi banco, y apenas me atrevo a levantar la mirada. Usted se inclina sobre mí y todo el tiempo brilla su dedo índice en lo alto, censurando.»

Que Kafka mantenía algún tipo de relación con el vicio queda patente en este otro fragmento:

«Soy sucio, Milena, infinitamente sucio, y por eso armo tanto alboroto con la pureza. Nadie canta con tanta pureza como los que están en el más profundo infierno. Su canto es lo que creemos el canto de los ángeles.»

El hecho mismo de que Kafka pidiera a Max Brod condenar sus manuscritos inéditos a la hoguera da a entender hasta qué punto consideraba que eran hijos del vicio, frutos despreciables e indignos de posteridad.

Citati tampoco se detiene en los esfuerzos de Kafka por ser escritor, es decir, alcanzar el reconocimiento social y una forma de vida gracias al control de sus locuras, a la domesticación de sus vicios. Seguro que lo intentó. ¿Con quién mantenía correspondencia literaria? ¿Qué amagos de trato llevó a cabo con editoriales o agentes literarios? La propia figura de Max Brod apenas está presente en el libro de Citati, y personalmente pienso que la relación entre ambos puede ser tan ilustradora como la de K. con Felice, Milena o el Padre.

Los vaivenes y altibajos emocionales y psicológicos de Kafka quizás encontrarían una explicación adecuada y humana en su relación con su vicio, que el libro de Citati nos deja sin saber cuál fue. Nadie (al menos en lo que se refiere al trabajo artístico) lucha contra el destino; todos peleamos contra nosotros mismos, contra las tendencias profundas que, por no comprenderlas (gnosce te ipsum…) nos capturan, arrastran y arremolinan en un vendaval que tan pronto nos eleva a los cielos como nos arroja brutalmente sobre el fango. Pero esa batalla, este tipo de enfoque, falta en la visión magistral de Citati

Decir también que esta lectura de Kafka abre una vía de exploración cuasi livingstoniana sobre la relación fluvial entre Kafka y Dostoievski. No hace falta ser muy perspicaz para intuirla, pero no quiero dejar de reseñar también los trabajos de Guillermo Sánchez Trujillo, según el cual la relación genético-literaria entre ambos iría más allá de la inspiración, y gran parte de la obra de Kafka sería reescritura del ruso. La Metamorfosis sería su versión de Memorias del Subsuelo, y El Proceso de Crimen y Castigo, entre otras genealogías. Interesante, sin más. Pero de eso se trata, ¿no? De los vicios de Fiodor hablaremos otro día.

 

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