Cancelación, Ovidio, Destierro
Vintila Horia es un autor cancelado, hace mucho, por su filiación franquista. Rumano de nacimiento y formación -condición literaria compartida con insignes como Cioran o Eliade- vivió desde 1953 en España Fue columnista de El Alcázar, y eso ya bastaría para cancelarle según los cánones al uso (no hoy, sino hace diez o veinte años). Digamos también que fue buen amigo de Giovanni Papini (cuya reivindicación merece un extenso artículo separado, del cual Pere Gimferrer se alegraría); que dirigió la agencia literaria ACER, donde formó a Carmen Balcells, madrina del «boom latinoamericano»; y que ganó, entre otros el Premio Goncourt en 1960 y el Dante Alighieri en 1981. A los efectos de esta conferencia, interesa el título premiado en 1960: Dios ha nacido en el exilio.
El título es engañoso. El libro consiste en unas hipotéticas memorias del poeta romano Publio Ovidio Nasón durante su destierro en Tomis -entonces un escueto puerto a orillas del Mar Negro, fundado por los griegos, y hoy la ciudad de Constanza- desde el momento de su llegada (año 8 d.C) hasta su muerte, nueve años después, a la edad de cincuenta y nueve. Se basa, obviamente, en la colección de elegías Tristes, que Ovidio escribió durante su destierro y envió a sus amigos en Roma con la esperanza de conseguir, si no un indulto, al menos una pena menos tremenda, y en la posterior serie de epístolas Pónticas.
La penetración de Horia en las Tristes es remarcable. Uno puede leer en paralelo su novela y el texto original (recomiendo para ello el traducido por José González Vázquez para la Biblioteca Básica Gredos). Tomemos, por ejemplo, la elegía 10 del Libro III de Tristia, «El Paisaje Invernal de Tomos»:
He visto el ingente Ponto congelado por el hielo y una cubierta resbaladiza oprimía las inmóviles aguas. Y no me bastó con haberlo visto: pisé el mar endurecido y la superficie marítima estuvo bajo el pie sin llegar a humedecerlo… Así, ni los pardeados delfines pueden levantarse por los aires: a los que lo intentan, los detiene el duro invierno… las naves, bloqueadas por el hielo, se mantendrán sobre la marmórea superficie y el remo no podrá ya hendir las rígidas aguas. He visto que los peces sujetos se hallaban inmóviles en el hielo, aunque parte de ellos estaban aún vivos».
No tengo ninguna duda de que si os pregunto por la resonancia de estos versos todos diréis lo mismo: Blade Runner. Es lo que tiene la literatura. En la novela resuena igualmente el viento helado del invierno, acentuando la sensación de destierro, buscando morder al poeta, colándose por las rendijas de su modesta choza.
La novela de Horia es fiel a los sentimientos y las descripciones de Ovidio en su destierro rumano. A la vez, intenta presentar una perspectiva de conciliación mediante la cual el desterrado, poco a poco, fuera congeniando con la población local, intimando con ellos y ellas, y apreciando sus valores. ¿Por qué no? Los capítulos que describen los viajes de Ovidio por el país, o sus conversaciones y tratos con nativos (la cursiva es obligada por la corrección política) son magníficos. Es evidente que Horia quiso aprovechar la experiencia personal de Ovidio para llamar la atención sobre la riqueza cultural y la complejidad espiritual de su propio país de nacimiento.
Y bien, ¿por qué el título, Dios ha nacido en el exilio, para este argumento? A nadie se le escapa que los años imperiales de Augusto fueron los del nacimiento de Jesucristo, en una remota aldea palestina tan separada de la urbe máxima como el Ponto Euxino donde Ovidio sufría su destierro. Vintila Horia trenza las noveladas memorias de Ovidio con una trama secundaria del nacimiento del MesÍas, necesario para resolver una crisis de espiritualidad asfixiante provocada por el imperialismo romano. No deja de resultar curioso que un autor cancelado por filofascista escribiera páginas tan antiimperialistas.
Personalmente, pienso que la trama secundaria del nacimiento del Mesías estorba a veces (pocas) a la principal en la novela. Pero la acepto, y tampoco es mortal. Uno puede pasar páginas más deprisa unas que otras, y leer en diagonal: es lo bueno que tienen los libros, frente a medios culturales como el cine o el teatro, en los que no hay más remedio que aguantar la linealidad del tiempo, aunque sea un tostón.
Anyway, el verdadero tema de estas líneas no es la novela de Horia, sino las Tristes de Ovidio. Alguien ha definido esta colección de elegías como «el mayor monumento al dolor jamás levantado»; no es mal punto de partida. Personalmente pienso que bien puede compartir ese olímpico lugar literario con De Profundis y la Balada de la Cárcel de Reading, de Oscar Wilde. Y no es casual que ambas sean las obras de genios literarios que en cuestión de días pasaron de estar en la cima social y personal -Ovidio, en Roma, Wilde en Londres- a lo más hondo del abismo -Óscar en la cárcel de Reading, Nasón en Tomis-.
Mucho se ha escrito sobre la razón del destierro de Ovidio, y la referencia máxima es la monografía de Thibault, The mistery of Ovid’s exile . Recurrentemente se citan dos motivos: uno, ser el autor de El arte de amar, obra que aporta no pocas claves para el éxito de ligoteo en diversos escenarios de la urbe romana: el circo, las calles, el foro, las fiestas… Según los rígidos patrones de la moral familiar instaurados jurídicamente por el César Augusto (leyes contra el adulterio promulgadas en el año 18 a.C., aunque el propio Augusto sedujera a Livia sustrayéndola a su primer marido), el Arte de Amar no encajaba, y se retiraron sus copias de las bibliotecas públicas. Sin embargo, esta razón tiene toda la pinta de ser una simple excusa, ya que las obras frívolas amatorias de Ovidio se publicaron entre los años 25 y 10 a. C, y su destierro se produjo en el 8 d.C. La verdadera razón es otra, y el propio poeta la cita veladamente en varios pasajes de sus Tristes: vió algo que no debía haber visto. Se especula que pudo ser a la propia Livia, o a la hija del César, Julia, o quizás al propio Augusto, en un momento inapropiado y comprometedor para la cuestión dinástica. Fuera lo que fuera, esta desgraciada presencia visual en algo que nunca debía haber visto motivó su destierro, en cuestión de días. En Tomis estaba permanente y discretamente vigilado por oficiales romanos que le hubieran cortado la cabeza si hubiera revelado algún detalle sobre su visión. Además, ello hubiera supuesto la ruina total para su familia y patrimonio, que fueron respetados por el decreto de destierro. Su esposa Fabia siguió viviendo en Roma, intentando combinar influencias para levantar el castigo, y sus bienes no le fueron embargados.
Antes decía que las Tristes son epístolas elegíacas compuestas para intentar provocar su regreso, pero son en realidad mucho, muchísimo más que eso. En mi opinión, es una colección de poemas que marca un punto de inflexión decisivo en la historia de la literatura occidental. Antes de las Tristes, nadie había utilizado la primera persona del singular y la experiencia personal autobiográfica como materia esencial del discurso lírico. Hoy eso nos parece normal: los poetas escriben para expresarse; es algo admitido por todos, y cuanto más intensa y original sea su expresión, mejores serán. Pero en la Antigüedad no era así. Homero nunca dijo nada de sí mismo, ni Virgilio. Quizás los filósofos -los cínicos, sobre todo, y los epicúreos- sí que se basaban más en la experiencia personal, incluso íntima, como punto de partida literario, pero lo que hacían, como Descartes, era elevar la singularidad personal al terreno de la generalidad filosófica. Se estudiaban a sí mismos, pero no se expresaban.
El propio Ovidio, en sus obras anteriores al destierro, ponía su talento al servicio de historias de otros, ya fueran frívolos amantes urbanitas o el colectivo entero de titanes, dioses, héroes y humanos protagonistas de Las Metamorfosis, otra de las obras cumbres de la literatura universal, cuya influencia nunca será suficientemente subrayada, tanto en las letras como en las artes plásticas. Pero con el desgarro del destierro, no tuvo más remedio que poner su talento al servicio de su propio dolor, ya fuera para intentar suavizar la cólera de Augusto o simplemente para consolarse. Muchas veces repite en las Tristes que la escritura es su único desahogo, a pesar de haber sido también una de las causas (quizás él supiera que sólo el pretexto) de su desgracia:
¿Qué tengo yo con vosotros, mis escritos, mi desafortunada afición, que me ha causado la ruina? ¿Por qué vuelvo a las Musas, causa de mis crímenes y castigos? ¿Acaso me parece poco el destierro? (Tristes, inicio del Libro II).
Aunque también es consciente de la grandeza de su esfuerzo literario:
Mi lamentación será conocida por todo el mundo. Todo lo que yo diga irá del Oriente al Occidente… seré escuchado más allá de la tierra y al otro lado de los profundos mares, y grande será el eco de mi lamento. (Tristes, final de la elegía 9 del Libro IV)
Pues bien, este volver la mirada poética hacia uno mismo, haciendo de la experiencia propia materia prima del verso, es algo que creo que nadie había hecho antes de Ovidio, o al menos yo no conozco el caso, o no con tanta intensidad. Al parecer, su contemporáneo Propercio sí que inspiró el enfoque de las cartas Heroidas (mujeres mitológicas que escriben a sus maridos o amantes tras sufrir su abandono). Habrá que leer a Propercio, también.
El destierro como motor de la genialidad poética: ya he citado antes el caso de Wilde, pero hay otro: también el Neruda de Residencia en la Tierra parió los versos fundadores de la poesía contemporánea en un exilio -esta vez voluntario, pero no menos complicado- en Rangoon (Birmania) y Colombo (Ceilán, hoy Sri Lanka).
Visto desde hoy, casi resulta normal: ¿de qué otra cosa puede hablar la literatura si no es de la experiencia personal? Todo lo demás es propaganda política, más o menos bien escrita.
Hay también una derivada imprevista de la relectura de las Tristes: el redescubrimiento de Ausias March a una nueva luz. Pues aunque el poeta valenciano no sufriera destierro real, todos sus Cantos están empapados de la misma reflexiva sensación de pérdida que las Tristes, y argumenta su dolor con los mismos razonamientos. Sobre esto creo que ha escrito brillantemente Lola Badía: El Ovidio exiliado en Ausias March, texto nada fácil de encontrar, por cierto.
Otro aspecto sobresaliente de las Tristes, y en general la poesía de Ovidio, es lo bien que se sostiene sin el armazón formal -dístico elegíaco, métrica original. Da rabia no saber latín para apreciar estos componentes, pero en todo caso lo traducible sigue trasladando la sobria belleza del contenido original, y es más que suficiente para impresionar por su hondura. Por cierto, ¿alguien puede recomendar un sistema para aprender latín por inmersión y práctica, es decir, sin aprender primero declinaciones y conjugaciones, sino igual que se aprendería el italiano viviendo en Italia, con naturalidad?
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