Absolutamente TODAS las noticias del informativo de hoy (televisión, 15 horas) tienen que ver con un conflicto entre colectivos: mujeres contra hombres, feministas contra otras feministas, socialistas contra populares, nacionalistas contra españoles, rusos contra ucranios, chinos contra EE.UU, ciclistas contra conductores, motoristas contra el gobierno, manifestantes contra la reforma de las pensiones, empresas contra trabajadores, usuarios contra administraciones, padres contra profesores, pacientes contra médicos… Se podrá decir, con razón, que muchas de estas luchas colectivas no son contra individuos concretos: el feminismo no lucha contra todos los hombres, sino solo contra aquéllos que prolongan o adoptan los estereotipos que menosprecian o ignoran el valor de las mujeres. De la misma forma, no todos los rusos querrían matar a todos los ucranios, y viceversa; ni todos los catalanistas consideran que absolutamente todos y cada uno del resto de los españoles sean causantes de su supuesta opresión (¿o sí?). Pero lo que nadie puede evitar es que cuando alguien ataca, o simplemente acusa, a un colectivo en el que por simple censo estás incluido, se desencadene un mecanismo de autodefensa que al menos diga «¡oiga! ¡que yo no he hecho nada!» Da igual. La vorágine de las polarizaciones, victimismos, acusacionismos, revisionismos, negacionismos, y otras causas inicialmente legítimas pero devenidas por mor de los tiempos y la dinámica de la comunicación contemporánea en auténticos tumores, es tal que no se puede escapar de ella, salvo huyendo a un rincón muy perdido del campo donde no haya contacto con el siglo. Pero tampoco se trata de eso. Se trata de denunciar, en estas líneas, esa inercia de los medios que les lleva a seguir este juego de dinámicas confrontatorias, en vez de facilitar informaciones de simple utilidad pública, conciliadoras, tranquilas. Uno sale a la calle y no ve lo que ve en las noticias, aunque es muy posible que esté ahí, en capa subyacente al tranquilo caminar de unos y otras. También hay que tener en cuenta que los medios se confrontan y compiten unos con otros, por ver quien hace más audiencia, obtiene más clics o recauda más premios por su imparcialidad. Estamos todos metidos en una gran bola de nieve que rueda ladera abajo, más allá del control de nadie en particular, individuo o colectivo. Tampoco es que pretende generar una nueva confrontación, la de espectadores contra medios. Sólo pensaba en alto. Siempre han existido opuestos: el ying y el yang, el polo positivo y el negativo, el norte y el sur, o el bien y el mal, sin ir más lejos. Pero da la impresión de que nunca como en estos días la dinámica destructiva entre ellos ha sido tan atroz;  el ying y el yang siempre habían convivido en un círculo armónico, cada uno en su espacio, girando en la misma rueda, contribuyendo al mismo ciclo. Hoy ya no: solo uno de ellos puede sobrevivir, expulsando al otro, destrozándolo con púas erizadas, luchando hasta la victoria, hasta la aniquilación final.

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