La literatura persa no deja de sorprender a quienes iniciamos contacto. Estoy terminando “El Libro de los Reyes” (Shahnameh), del poeta Firdusi, escrito hace unos mil años. La obra original tiene 60.000 versos, y es la segunda epopeya más larga de la historia de la literatura universal, solo por detrás del Mahabharata hindú. Estoy leyendo una selección de pasajes preparada por Clara Janés y Ahmad Taherí para el Libro de Bolsillo de Alianza Editorial.

Como tal epopeya, es desde luego un libro grandioso, que cuenta historias de héroes en un mundo de magia, batallas, fenómenos y magnificencia deslumbrante. También tiene sus escenas de amor, generosamente regadas por el vino, como esta de Zal y Rudabeh:

“Con regia magnificencia, se sentó al lado de la hermosa. Todo era vino, besos e impulsivos abrazos. Se diría un león atrapando a una cebra.”

De estos amores (inicialmente prohibidos por rivalidades familiares) nacerá Rostam, el héroe del universo, como se le apoda frecuentemente. Rostam, dotado de una grandez y fuerza física descomunal, protagonizará todo tipo de batallas contra hombres y diablos, en defensa de su rey Kavús, que no hace más que meterse en líos por imprudente y ambicioso.

En esto, el Libro de los Reyes recuerda mucho al Poema del Cid castellano. El protagonista absoluto no es un rey, sino el mejor de sus nobles.

Pero a lo que más recuerdan las aventuras de Rostam es a una de superhéroes tipo Marvel, solo que en el territorio fantástico del Irán milenario y no en las calles de Nueva York. Rostam se pasea por los campos de batalla con una maza capaz de derribar mil elefantes del ejército enemigo. Su grito de guerra infunde el pánico a diez mil soldados rivales. Arranca árboles cuando se queda sin lanza. Cabalga a lomos de Rajsh, un caballo tan poderoso y mítico como el dueño -es la estirpe del Babieca del Cid, pero también el Bucéfalo de Alejandro Magno o el Shabdiz (Medianoche) del rey Cosroes. De hecho, Rajsh mata leones con las patas y los dientes mientras Rostam duerme, aunque después se lleve una regañina por poner en riesgo de su vida, lo que hubiera obligado al héroe a ir caminando a la batalla. Por eso, cuando la noche siguiente un dragón entra en la cueva donde Rostam descansa, Rajsh, en vez de enfrentarse a él, despierta a Rostam. Pero cuando este abre los ojos, el dragón ya se ha ido, y el pobre caballo se lleva otra bronca. Y así otra vez, y en la segunda bronca Rostam amenaza a Rajsh con darle uno de sus famosos puñetazos cósmicos. Afortunadamente, a la tercera aparición del dragón se hace la luz en la cueva y Rostam comprende que su caballo no le estaba tomando el pelo, sino advirtiendo del peligro.

Sobre todo, El Libro de los Reyes es extraordinario por dos cualidades: la primera es que es interesante, es decir, que se pasan las páginas con curiosidad, que uno se mete de lleno en la historia, es muy entretenido (cosa que también ocurre con el Mahabharata, por cierto). A pesar de lo desmesurado de las fantasías (o quizás precisamente gracias a ella) la lectura es fluida y divertida.

Y en segundo lugar destaca la brillantez literaria pura, es decir, la calidad de la escritura. Son frases breves y contundentes, pero tan bien enlazadas y tan evocadoras (gracias también a la traducción de Janés y Taherí) que algunos párrafos se saborean como platos deliciosos de un manjar antiguo reservado para dioses, reyes y héroes mitológicos. Algunos ejemplos:

Descripción de Rudabeh: “De pies a cabeza se diría de marfil, su cara de paraíso, y es esbelta como la teca. Por su plateado cuerpo discurren los lazos negros de sus cabellos, que, al fin, son como una argolla de pie. Su cara es como la flor del granado, y de granate son sus labios. De ese blanco cuerpo emergen dos delicadas dunas. Sus dos ojos son como dos narcisos del jardín. El negro de sus pestañas, como la pluma de cuervo. Sus dos cejas, como dos hermosos arcos que han cubierto la piel con aroma de almizcle. Toda ella es un cielo lleno de tal belleza y gracias que despierta los anhelos. (pag. 35)

Vaticinio de los astrólogos sobre la pareja Zal – Rudabeh y nacimiento de Rostam: “De esta pareja sagaz nacerá un hombre fuerte como un elefante, que será en todos y cada uno de los momentos de su vida un héroe. Con su espada dominará el mundo. Colocará el trono del rey por encima de las nubes. Cortará de raíz el mal, acabará con los perversos y en la tierra no quedará bajeza. Será la esperanza de los iranios, la alegría y la bienaventuranza de todos los héroes. Afortunado aquel en cuya época el mundo lo llame rey.” (pag. 52).

Quizás esta descripción de una jornada de caza sea muy ilustrativa del carácter superheróico de nuestro amigo Rostam: «Con arco y flechas, maza y lazo, derribó varias cebras. Con leñas, espinos y ramas de árbol encendió un gran fuego. Cuando el fuego llameó intensamente, arrancó un árbol para usarlo como pincho. Ensartó en él una cebra entera, que en su mano parecía no más que un ave, y fue comiéndola mientras se asaba. Cuando acabó, tiró los huesos y se tumbó en el suelo a dormir, despreocupado del mundo, mientras su caballo Rajsh pastaba por el campo.»

Esta impresionante descripción de paisaje durante la batalla: “De ambas partes se elevó el sonido de trompas y tambores. El cielo era azul y la tierra oscura. Como los rayos que salen de una nube negra se veían fuegos despedidos por las espadas y mazas. El espacio se llenó de rojo, negro y violeta, de tantas lanzas y banderas como se agitaban. La tierra parecía el Mar Negro, con olas de mazas, dagas y espadas. Los caballos se movían veloces, como barcos en el agua, como si todos estuvieran mezclándose con las aguas. Era una lluvia de mazas contra las armaduras, y los cascos caían como las hojas del sauce azotadas por un viento otoñal.” (pag. 173).

Esta descripción -no exenta de su puntito de incorrección política- de los regalos entregados a Rostam por sus muchos méritos: “Un trono de turquesa adornado con la cabeza de carnero; una corona con joyas incrustadas; un brocado real tejido con oro; pulsera y colgante majestuosos; cien hermosas doncellas de servicio, de cuerpo esbelto y cuyos bucles olían a almizcle; cien caballos con silla y riendas doradas; unas cien yeguas de pelaje negro, cargadas de ropa y tejidos de seda chinos, romanos y persas; unas cien bolsas de monedas de dinar, de perfumes, colores y de todo; una copa de rubí llena de almizcle puro; otra de turquesa llena de esencia de rosa, y una carta escrita sobre seda, con aromas de almizcle y de incienso.”  (pag. 177).

En fin, son muchos los pasajes en los que a pesar de la dificultad de traducción y el tiempo transcurrido, el trabajo editorial de Clara Janés y Ahmad Taherí consigue trasladar a través del tiempo y el espacio la poesía de Firdusi y nos vuelve a dar ganas, muchas ganas, de viajar a Persia.

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