¿Qué recuerdo de Miami? Aterrice cerca del atardecer, y en el trayecto del aeropuerto al hotel, en taxi, me sorprendía lo oscura que estaba la ciudad. ¿Miami? Lugar de luz y colores, pensaba, ¿y cómo era posible que fuera tan oscuro? Al bajar del taxi lo comprendí: nunca antes había viajado con lunas tintadas en el coche. Esa noche dormí bien.

Al día siguiente comenzaban las rutinas de trabajo que me habían llevado hasta allí. El hotel estaba en Miami Beach, y era muy confortable. Tenía piscina con jaula de loros y acceso directo a la playa. No hace falta mucho para estar a gusto.

Macaw

Como iba por motivo de trabajo, tenía un programa de reuniones y actos profesionales establecido. Lo cumplí con rigor, como siempre he hecho. Parte de esos programas eran entretenidos, además, como por ejemplo la recepción en el consulado español, una magnífica mansión con muelle directo a la laguna interior. Allí conocí a Iara Watlington, que sigue siendo amiga muchos años después.

Recuerdo también la pasarela de madera a la que era fácil llegar desde el hotel. Y los puestos de vigilancia de la playa, casetas con escaleras y paredes de colores. Recuerdo los edificios de múltiples colores también en el centro, y la luz, y es lo mejor que tiene Miami, la luz.

Vigilantes

En la barra del hotel, antes dormir, siempre se aproximaba alguna chica guapísima, interesándose por tu vida y negocios. “Private entertainers”, según decían. Arañaban hasta la última posibilidad de acceder a la habitación para ganar los doscientos o trescientos dólares de su “private dancing”.

La habitación no era grande. El ventanuco daba al patio del hotel, no a la playa. Me gustó respirar el aire de Miami, a solas, y hacer fotos de noche desde ahí.

MiamiNight

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