Aziyadé, Estambul y Pierre Loti
Sorprendente la lectura de Aziyadé, de Pierre Loti (editado por Amphora, curiosamente en Estambul). Llegó a ella -como siempre- vericueto a vericueto, enlazando unos libros con otros, a golpe de Wikipedia y compras impulsivas en Wallapop. La portada del libro lo situaría en el género de romance barato, si uno lo encuentra por casualidad en una librería de aeropuerto turco. No dudo que sea uno de los más vendidos, aún, entre los turistas que -deslumbrados por Estambul- quieran llevar un recuerdo literario. Seguramente ellos se sorprenderán tanto como yo con la lectura.
El nombre de Pierre Loti está asociado al descubrimiento de Turquía para la cultura occidental del siglo XIX, de la misma forma que el Edgar Allan Poe a los cuentos de miedo o el de Washington Irving a la Alhambra granadina. Recuerdo que yo estuve en su casa natal en 1994. Está en Rochefort, un pueblecito de la Charente Maritime francesa. Desde fuera, es como todas las casonas señoriales de pueblo francés: sosa, mazacota, tontorrona. Pero dentro es un palacio turco, decorado con tapices, alhajas, cortinas y divanes de colorido alegre, en los que la luz juega en lámparas vidriadas con mosaicos verdes, rojos y naranjas. En la web pueden verse detalles: https://www.maisondepierreloti.fr/
Así que uno tenía a Loti encasillado en su rol de promotor y amante de la cultura turca, prototipo de viajero europeo fascinado por el oriente misterioso, y con esto lo daba por amortizado. Error.
Aziyadé es el nombre de una joven (a veces se dice que tiene dieciséis, otras dieciocho o diecinueve años) esclava circasiana vendida al harén de un hacendado constantinopolitano. En la novela -claramente autobiográfica- Loti es un teniente de marina inglesa cuyo barco fondea durante varios meses en la bahía del Bósforo, en el marco de las maniobras militares del momento -último tercio del siglo XIX, años de la derrota del imperio otomano ante Rusia, con las funestas consecuencias que ella tuvo para la etnia circasiana, precisamente.
Loti encuentra a Aziyadé -o más bien, sus ojos- a través de la rejilla de la casa donde vive recluida como una de las cuatro mujeres del harén del hacendado. Cautivado por esa mirada, y con toda la audacia de un joven militar de veintipocos años, comienza a maniobrar para intentar conseguir una entrevista, un encuentro. Durante el día Loti presta servicio en su fragata, pero desde las seis de la tarde hasta las ocho de la mañana siguiente -y a veces de varios días después- es libre para ausentarse, como oficial que es, y siempre que se le pueda localizar rápidamente en caso de emergencia.
Loti se mezcla con la población, indaga, hace amigos, conquista voluntades, y finalmente consigue que la prisionera escape algunas noches de su jaula para encontrarse con él a bordo de fugaces barcas en la bahía. La chica obviamente está por la labor; y la práctica del engaño al dueño del harén mediante fugas nocturnas o salidas supuestamente a compra de cosméticos resulta estar mucho más extendida de lo que parece, aunque también es cierto que los dueños de harenes, los esposos polígamos, pueden tomar la justicia por su mano y estrangular a las infieles sin más miramientos ni tener que dar ninguna explicación posterior a la justicia. Son esclavas. Aziyadé se juega literalmente la vida en cada escapada.
Los encuentros de Loti y Aziyadé a bordo de frágiles barcas -amenazadas a veces por las imponentes fragatas militares, mecidas por las aguas, cubiertas solo por la noche infinita estrellada- construyen una cierta estabilidad de pareja, y ello motiva que algunas semanas después Loti alquile una pequeña casa en un torreón del barrio de Eyub, donde puedan disfrutar uno de la otra y viceversa con más calma e intimidad que a la intemperie. Sí: sé que estoy haciendo spoiler, pero no tiene importancia. Con las obras maestras de la literatura (y Aziyadé lo es, a su manera) uno puede permitirse revelar todos los detalles del argumento sin por ello disminuir lo más mínimo el goce de quienes se animen a la lectura tras la reseña. Dejemos las intrigas para Agatha Christie, ¿ok?
Los amores o amoríos -no se sabe qué es mejor- de la pareja en el torreón de Eyub son comparables literariamente a los de Pablo Neruda y Josie Bliss en Rangún. Es la misma pasión, y la misma entrega absoluta de una mujer a un extranjero de paso. Las últimas dos palabras son esenciales: de paso. De la misma forma que Josie Bliss temía la marcha de Neruda y rondaba su cama con un gran cuchillo de cocina en mano para no tener así que sufrir su marcha, Aziyadé sabe que Loti se irá cuando su almirante lo diga. Sin embargo, ella no amenaza:
«Tú eres mi dios, mi hermano, mi amigo, mi amante. Cuando te vayas, se acabará Aziyadé; se cerrarán sus ojos, morirá.» (página 68).
Loti se divierte jugando a ser turco: aprende el idioma, frecuenta sus cafés, viste sus ropas. Está viviendo su juventud:
«Salir por la mañana del Atmeidán, para terminar por la noche en Eyub. Hacer, con un rosario en la mano, el recorrido a las mezquitas; detenerse en todos los cafetines, ante las tumbas coronadas por turbantes, en los baños, en los mausoleos y en las plazas… Beber el café de Turquía en las microscópicas tazas azules de pie de cobre; sentarse al sol; aturdirse dulcemente con el humo de un narguile; charlas con los derviches y los transeúntes; ser, por sí mismo, una nota de ese cuadro lleno de movimiento y de luz; ser libre; sin preocupaciones y desconocido; y pensar que en el torreón la dulce amada me espera por la noche…» (página 66).
Como dirían en Las mil y una noches, no es necesario contar todos los detalles. Baste decir que, si la historia es ya bonita por sí misma, el estilo literario de Loti como narrador la engrandece más aún. No se trata de una novela al uso, no es Balzac, afortunadamente, no es una serie, no es una novela por entregas. Aziyadé está compuesta como un mosaico oriental engarzado por fragmentos de cartas, escenas, impresiones. Se parece más a un diario o a una reconstrucción memorial de lo vivido que a una novela, desde luego, y para bien. Ese estilo resulta muchísimo más apropiado para contar lo que hay que saber; por ejemplo el fabuloso pasaje en el que un mochuelo de mal agüero se obstina en volar sobre la barca de los amantes mientras navegan hacia su embarcadero, y persiste aún aullando en un árbol junto a la ventana donde duermen, para terror de Aziyadé, supersticiosa y creyente.
Este estilo fragmentario propicia magnfícas elipsis, de todas las cuales es especialmente brutal la que narra el momento en el que Loti debe decidir si quedarse para siempre en Estambul, junto a ella -cosa que podría hacer y que inclusa negocia con las autoridades locales para pasar a su servicio como teniente de marina- o bien obedecer la orden de su almirantazgo y partir en su buque hacia otros mares, otros puertos, y en última instancia a su casa familiar en la campiña inglesa.
Ok, no haré spoiler del final.
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