Sombra del Paraíso, libro de versos de Vicente Aleixandre, premio Nóbel de Literatura, es justamente considerado una de las cumbres líricas del siglo XX. La adscripción de Aleixandre a la Generación del 27 avala esta consideración. El libro contiene uno de los textos más bonitos que jamás se han escrito a una ciudad, Málaga, en este caso, justamente considerada cuna y origen de la poesía del 27. Ciudad del Paraíso empieza así:
Siempre te ven mis ojos, ciudad de mis días marinos.
Colgada del imponente monte, apenas detenida
en tu vertical caída a las ondas azules,
pareces reinar bajo el cielo, sobre las aguas,
intermedia en los aires, como si una mano dichosa
te hubiera retenido, un momento de gloria, antes de hundirte para siempre en las olas amantes.
Pero tú duras, nunca desciendes, y el mar suspira
o brama por ti, ciudad de mis días alegres,
ciudad madre y blanquísima donde viví y recuerdo,
angélica ciudad que, más alta que el mar, presides sus espumas.
Calles apenas, leves, musicales. Jardines
donde flores tropicales elevan sus juveniles palmas gruesas.
Palmas de luz que sobre las cabezas, aladas,
mecen el brillo de la brisa y suspenden
por un instante labios celestiales que cruzan
con destino a las islas remotísimas, mágicas,
que allá en el azul índigo, libertadas, navegan.
Cualquiera que haya pasado un fin de semana en Málaga -no digamos yo, que he pasado media vida- sabe apreciar estos versos.
Sin embargo, lo que hoy quiero destacar no es la excelencia de Aleixandre en su exaltación malacitana, sino su obediencia anterior a Neruda. Leed estos otros versos:
¿Qué coyuntura, qué vena, qué plumón estirado
como un pecho tendido a la postrera caricia del sol
alza sus espumas besadas,
su amontonado corazón espumoso,
sus ondas levantadas
que invadirán la tierra en una última búsqueda de la luz escapándose?
Yo sé cuán vasta soledad en las playas,
qué vacía presencia de un cielo aún no estrellado,
vela cóncavamente sobre el titánico esfuerzo,
sobre la estéril lucha de la espuma y la sombra.
El lejano horizonte, tan infinitamente solo
como un hombre en la muerte,
envía su vacío, resonancia de un cielo
donde la luna anuncia su nada ensordecida.
Están escritos en la década de 1940. Trece años después del 27, y varios más después de la primera edición de Residencia en la Tierra, de Neruda, publicada en 1933.
Reverencio a Aleixandre. Pero también me fascina indagar en la maquinaria de influencias y asimilaciones que acaba siendo la historia de la literatura.
One Response to Aleixandre, Málaga, Neruda
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Me gusta mucho más el poema que pones al final, Poderío de la Noche. Y, efectivamente, en ese poema se lee mucho mejor la influencia de Neruda. De hecho, en la primera lectura pensé que era uno de los poemas de Residencia.
Aunque Neruda no haría un verso tan forzado como «su amontonado corazón espumoso», que parece de un anuncio de Freixenet. Aleixandre abusa de tanto adjetivo, como si no estuviera seguro de la fuerza del poema. Y siempre es un pelín melifluo, decididamente relamido casi siempre.
El primero, el que dedica a Málaga, tiene algo de postal, de lámina impresionista.