Mi primer contacto con Fredric Wertham fue a través de la Historia de EC Comics editada por Taschen, cuya reseña audiovisual podéis ver aquí.  En esta historia, Wertham tenía más o menos papel de malo, ya que su publicación La seducción de los inocentes, publicado en 1954, contribuyó a la caída en desgracia y establecimiento de censura para un tipo de publicaciones -los cómics de horror truculento- del cual soy muy fan. Como defensor a ultranza de la libertad de expresión, no podía dejar de sentir cierta aversión inicial hacia Wertham por esto.

Sin embargo, al leer su referencia completa en la Wikipedia, mi interés cambio. Reproduzco las primeras líneas de la biografía:

Wertham nació en Múnich, Alemania, y estudió en Múnich, Erlangen y Londres. Se graduó por la Universidad de Wurzburgo en 1921. Las más importantes influencias en su carrera como psiquiatra fueron Sigmund Freud, con quien mantuvo correspondencia, y Emil Kraepelin; en su trabajo en la Clínica Kraepelin, Wertham se empapó de la entonces nueva idea de que el entorno y el trasfondo social tenían gran efecto en el desarrollo psicológico. En 1922 se trasladó a los Estados Unidos, donde empezó a trabajar en la Universidad Johns Hopkins. En 1932 se trasladó a la ciudad de Nueva York, donde llegó a ser psiquiatra jefe del Departamento de Hospitales de la ciudad.

Estas pocas líneas bastan para situar el contexto básico: un europeo de extensa formación, contemporáneo aproximado de Stefan Zweig, y sufridor como tantos otros de las tensiones que comenzaron a desgarrar al viejo continente en las primeras décadas del siglo XX, ante las cuales optó por la emigración a esa tierra de sueños que, por entonces, seguía siendo América.

Desde su posición como psiquiatra jefe de Nueva York, Wertham tuvo ocasión de tratar en su vida con cientos de casos forenses relacionados con todo tipo de criminales y sucesos. Con la experiencia que le proporcionó su actividad profesional, y con una amplísima cultura literaria, desde los clásicos hasta los contemporáneos, resumió en el libro La señal de Caín (1968) sus puntos de vista sobre la violencia. Pocos libros se han escrito (o yo al menos he leído) en los que la violencia, como fenómeno social y como comportamiento individual, sea analizada tan pormenorizada y certeramente.

El año de publicación, 1968, no es casual. Es el año de Mayo del 68, y del máximo auge de las ideologías hippies, cuya importancia ha sido seguramente menospreciada. Hoy en día, eso de «Paz y Amor» suena a risa; el Festival de Woodstock parece una reunión de flipados; y el sexo libre un vicio de Tinder. Pero el movimiento hippy ha sido, en mi opinión, una de las cumbres espirituales y mentales de la humanidad, por muchas razones: su capacidad de síntesis entre culturas muy diferentes, su actitud positiva y liberadora, su audacia.

El planteamiento básico de Wertham es que la violencia es evitable. Suena tan sencillo que parece revolucionario. Wertham rebate uno por uno los argumentos y lugares comunes que dicen que la violencia es inevitable y connatural a la especie humana. Ojo; no niega que en la naturaleza haya violencia esencial -todo acto de predación lo es-, pero lo que interesa erradicar no es tanto la violencia del predador hambriento -cuestión de supervivencia- como la inútil y evitable de tantos y tantos crímenes y atropellos individuales o masivos, desde los asesinatos de género a los genocidios, desde las palizas entre hinchas futboleros a la explotación colonial, desde la maniobra agresiva a 150 por hora en autovía a la invasión de Ucrania. «La verdadera violencia no es el hecho mismo. Es la contemplación y el goce del hecho.» (pág. 333, según la edición de La Señal de Caín de editorial Siglo XII, año 1971, utilizada para esta reseña). En este sentido, violencia se equipara más a maldad que a bronca.

Mira que a estas alturas uno ha recibido todo tipo de mensajes y discursos acerca de la maldad intrínseca y el horror del régimen nazi alemán antes y durante la segunda guerra mundial. Pues bien, hasta el momento de leer el capítulo 8 del libro de Wertham, «Administración de asesinatos en masa» nunca había tenido una perspectiva tan real y conmovedora de lo que supusieron los campos de concentración: una verdadera industria de la explotación del ser humano, primero mediante el trabajo esclavo hasta la extenuación, pasando por el robo y expropiación de todas sus pertenencias, para finalizar en el aprovechamiento industrial de su pelo, sus dientes de oro o marfil, e incluso su grasa para la producción de jabón. Todo ello, con la frialdad y anonimato de una verdadera cadena industrial, en la que participaban contables, administrativos, directivos, empresas beneficiarias del trabajo forzoso (el imperio Krupp, por ejemplo), soldados, gente normal… Este enfoque normalizado de lo atroz es quizás la máxima enseñanza de la obra de Wertham. Lo grave, como decía, no es el acto violento en sí, sino su integración como algo normal y cotidiano. Desayunamos todos los días recibiendo una letanía de horrores domésticos, urbanos y globales a través de la tele, mientras untamos sabrosamente la mermelada y la mantequilla y planificamos la escapada de fin de semana. Este es el problema, el verdadero problema.

También incide en algo que a veces olvidamos: los líderes en los que personificamos a la maldad -Hitler, Pol Pot, Stalin, ahora Putin…- llegan a ser líderes porque tienen detrás a cientos de miles o millones de votantes y seguidores. Eso queda muy claro en este capítulo 4 del libro. Los horrores del nazismo fueron posibles porque prácticamente toda la maquinaria social se puso a su servicio, no porque Hitler los ordenara a una masa de ciudadanos reacios a ellos. El líder violento encarna a una sociedad violenta, pero no la crea, aunque contribuya a exacerbarla.

Wertham dedica a los medios de comunicación el capítulo 10 de su libro: «Escuela de violencia»: en media hora, un niño puede ver en una pantalla mucha más violencia de la que un adulto puede experimentar en toda su vida (pág. 191). Si esto ocurría en 1968, ¿cómo será hoy en día, con la multiplicación de pantallas, videojuegos, mensajerías y demás canales por los que circulan aplaudidos y risoteados vídeos de todo tipo? ¿Conduce todo esto a plantear una censura de los medios de comunicación? No: conduce simplemente a ser conscientes de ello. La tesis fundamental es que la violencia es evitable: «no es la explosión de ningún instinto innato, sino el resultado de factores negativos en el desarrollo de la personalidad y en el ambiente social. La violencia es una perversión de las relaciones humanas» (pág. 351).

Otro capítulo interesantísimo es el 4: «Factores que estimulan y aumentan la violencia». Wertham repasa unos cuantos. En primer lugar, el alcohol, el lubricante de la violencia (pág. 45). A continuación, los lobbies industriales (armamento, juguetería, tabaco…). Por supuesto, los medios de comunicación y su necesidad de captar atención (publicidad, ingresos) recurriendo a los anzuelos más morbosos y espeluznantes. Y por último, la propia violencia, que actúa como una bola de nieve: violencia engendra violencia, y todo atropello se suma a la bola para aumentar su peso y su inercia rodando ladera abajo.

Interesantísimo también el capítulo 14, «Sangre y pintura al óleo», dedicado a la representación artística de la violencia. Es en este captítulo, quizás, donde la amplia cultura de Wertham despliega su potencial, y alumbra a artístas de todos los tiempos y géneros, desde Shakespeare a Kafka, y desde Caravaggio a Picasso, desde la perspectiva de su utilización de lo violento en sus obras.

«La Señal de Caín» es un libro que debería ser de lectura indispensable en la enseñanza secundaria. De poco sirve incluir en los temarios escolares asignaturas de ciudadanía y buen comportamiento cuando los escolares y los adultos están y estamos recibiendo por todas partes -medios de comunicación, redes sociales, publicidad…- cientos de impactos diarios de violencia en acción. La tesis de Wertham merece la pena: de igual forma que ciertas bacterias prosperan en determinados ambientes, la violencia se multiplica en ciertas condiciones sociales, y conocer cuáles son esos factores de multiplicación puede contribuir a evitar desgracias, crímenes, guerras y mucho sufrimiento.

 

 

 

 

 

 

 

 

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One Response to «La Señal de Caín», de Fredric Wertham

  1. […] Por cierto, la figura del psiquiatra Fredric Wertham es también sumamente interesante, y trasciende con mucho -para bien- la figura de un censor moral. Los interesados pueden consultar el artículo La Señal de Caín en este mismo blog. […]

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