Cuando uno se adentra, aunque solo sea un poquito, en el oceánico bosque literario de los cuentos y leyendas folclóricos (¡ay! ¡qué daño ha sufrido esta noble palabra por su connotación española de farándula culebrónica!), cuando uno cae en la lectura compulsiva de los Grimm, Caballero, Espinosa, Eslava Galán, Merino, y otros compiladores de cuentos y leyendas de la literatura española y universal, le cambia un poco la perspectiva. Se hunde gozosamente en una laguna de imaginación y creatividad colectiva e individual, a la vez, que alumbra de otra forma cualquier narración.

Tomemos, por ejemplo, La Metamorfosis, de Kafka -quizás el más perfecto de los cuentos contemporáneos, y sin duda uno de los más bellos. Si por algún azar cayera en aquella laguna, se metamorfosearía, a su vez, cambiaría el cuento.

Seguramente, el padre de Gregorio Samsa no aceptaría el silencio por respuesta, y derribaría la puerta del dormitorio. Al ver a su hijo convertido en cucaracha, no expresaría repugnancia alguna, sino que empezaría inmediatamente a buscar solución al asunto, sin duda fruto de un encantamiento enemigo. A su tarea de desfacerlo se sumarían voluntariosas la madre y la hermana de Gregorio, que empezarían a recorrer Praga en busca de rabinos expertos en encantamientos entomológicos. Estos les pondrían diversas pruebas y someterían a interrogatorios variados. Quizás la hermana tuviera que hacer un viaje peligroso a cierto castillo del norte del país, para arrancar allí un bigote del morro de una de las cucarachas gigantes habitantes del castillo, probablemente custodiado por un temible ministro plenipotenciario. Es posible que en esta tarea de incursión nocturna en el castillo la ayudara cierto agrimensor que llevaba varios meses dando vueltas por la aldea sin conseguir audiencia, y estuviera ya hasta las mismísimas trancas de la tomadura de pelo. Gracias a él, y a su propia decisión y amor fraternal, la hermana conseguiría regresar indemne con el pelo del bigote de la cucaracha gigante, para entregarlo al rabino de Praga, de forma que éste pudiera preparar con él el mejunje salvador, que convenientemente administrado sobre la tripa invertebrada de Gregorio produjera la deseada reversión metamórfica, devolviéndole su apuesto aspecto de agente comercial dispuesto a comerse el mundo. Comenzaría, quizás, comiéndose una manzana roja y hermosa encontrada sobre la mesa camilla del salón. Y la familia Samsa sería feliz durante muchos años. Tanto Gregorio como su hermana casaron con beneficio y afecto, y la prole diminuta vino a alegrar la vejez de los abuelos y el final de sus días. Cuando el abuelo entregó su alma al cielo, una mañana de otoño, justo al amanecer, le dio las gracias por la vida tan feliz que le había concedido. Miró hacia la ventana, que anunciaba el clarear del día, y expiró.

¡Cómo han cambiado los cuentos!

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