La lectura y la memoria guardan una relación ambigua. Por una parte, ésta recela de aquélla, considerándola una traidora en potencia, usurpadora nata. Pero también es cierto que ambas se necesitan. La cantidad de información que un hombre puede llegar a almacenar en su memoria biológica es limitada -aunque el ejercicio adecuado puede llegar a prolongar hasta lo inimaginable la facultad de recordar historias, datos y relatos. Durante muchos milenios ha habido profesionales de la memoria en las tribus diversas de los homínidos evolucionados, sacerdotes o vates cuya aportación a la manada era precisamente esa, recordar lo colectivo. Luego llegaron los escribas y la memoria personal, como cualidad a ejercitar, como músculo importante, fue perdiendo consideración. Hoy en día se la considera una capacidad residual, y no se estimula su práctica, más bien al contrario, se la denigra pues para eso están las leyes de memoria y la gran ROM mundial de internet.

La memoria y la imaginación guardan una relación estrecha e interesante. Sin recuerdos, no hay posiblidad de proyectar imágenes o experiencias hacia el futuro, no hay sueños posibles.

En general, se considera a la lectura como una actividad orientada a la memorización, por lo mismo que decíamos antes: un libro es un artículo ortopédico de la memoria cerebral. Pero también puede decirse que la lectura es un ejercicio puramente imaginativo que no persigue fijar nada en la memoria. Eso me ocurre muchas noches, cada vez con más frecuencia.

Actualmente, leyendo a Clark Ashton Smith, «Zothique, el último continente».

Clark maneja con especial  habilidad la trama narrativa, el componente forense de lo literario: quién, qué, cuándo, cómo. Pero también es sobresaliente en la evocación imaginativa, el juego de resonancias adjetivas, musicales, rítmicas y casi palpables que hacen que la lectura sea también un placer neuronal, tan intenso a veces como el gastronómico con un plato de angulas a la brasa preparado por Etxebarri.

Sucede que de noche, a veces, leo Zothique. Mi placer en la lectura es intenso: navego por los mundos de Clark con una claridad obscura y brillante, como su propia escritura. Al día siguiente, apenas recuerdo nada. Tengo que leer de nuevo las páginas anteriores. Lo hago recién duchado, o mientras paseo con mi Fiera. Reencuentro la historia como quien recuerda una noche de amor que la resaca borró pero el corazón añora. Ambas lecturas son válidas: la nocturna -imaginativa- y la diurna -memorable

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