Costa Fleming es algo más que un barrio. Es una actitud; una etapa imprescindible en la historia reciente de España, en general, y Madrid en particular.

Su denominación va indisolublemente ligada a la prostitución, y así nos gusta. El que esto escribe lleva muchos años defendiendo que los servicios sexuales deberían ser legalizados, normalizados, regulados, fiscalizados e integrados en la actividad normal del país, así que no se me cae ningún anillo por decir esto.

Si a principios del siglo XX la prostitución en Madrid estaba asociada a una calle Ballesta de pobres condiciones higiénicas y laborales, en los años 60 Costa Fleming enarboló con orgullo la bandera de una prostitución moderna, limpia, divertida, democrática y graciosa. Costa Fleming significó para la capital lo mismo que Torremolinos para el conjunto de España: el gozoso descubrimiento de que el sexo -de pago o gratuito, con suecas o con gigolós- no debe estar siempre asociado al sacramento matrimonial -y casi da vergüenza escribir esto, pero es así: hubo un tiempo en el que la vivencia sexual sólo se autorizaba en el marco del matrimonio, de la pareja, de la ley. Hoy en día, gracias a las presiones de la ultracorrección sociopolítica, parece ser que regresamos a ciertos de aquéllos momentos, a veces. Por eso la prostitución -fea palabra para algo que puede llegar a ser muy bonito- está denostada, y algunos gobiernos hacen bandera de su prohibición, que no significaría otra cosa que su paso a una clandestinidad opaca, insana y culpabilizadora de la que sólo se lucrarían las mafias de siempre.

Pero no es este, con todo, el tema de este artículo. Los alternes pudieron ser, en su momento, los máximos embajadores de la Costa Fleming -años de americanos, plan Marshall, expansión de la ciudad hacia el norte…- pero el barrio es mucho más. Es una actitud, una forma de vivir. Profundamente moderna, liberal y exquisita. Como un Barrio de Salamanca, vaya, pero mucho más abierto, sin corsés aristocráticos: todo cabe, todo rima, todo vale. ¿Un barrio rico? Sí, claro, pero ¿es delito la riqueza? Que respondan los políticos que hayan mudado de residencia recientemente, ¿vale? Incluso algunos de ellos hizo consulta a sus bases para confirmar que, en efecto, si te lo puedes permitir está bien vivir en barrios ricos, verdes, luminosos, espaciosos, simpáticos, alegres.

Y Costa Fleming lo es, sin duda, sobre todo lo último: alegre. Su aura clandestina le dió una indeleble leyenda de modernidad, y por eso lo hippy, lo psicodélico, el pop, el amor libre, la marihuana y el reggae siempre encontraron en Costa Fleming una terraza al sol. Si hubiera tenido efectivamente playa, sin duda habría disputado a la Costa del Sol la celebración de los primeros topless de la democracia.

Con una tenacidad a prueba de pandemias, sus bares y tiendas siguen ahí, y el Eurobuilding empieza ya a tímidamente a encender sus ventanitas de amores y negocios misteriosos. Las terrazas del Telégrafo y Cinco Jotas bullen todas las noches, y el Red Lion afina sus uñas a la espera de lanzar, bien pronto, zarpazos más allá de las once de la noche. El KnigtNsquire -auténtico buque insignia de la escuadra Costera- sigue como siempre, anclado en la maravilla decorativa de los años 70 y 80, sirviendo hamburguesas psicodélicas que invitan al éxtasis. Etecé, etecé, etecé…

Costa Fleming, por pura expansividad de lo bueno, se extendió en los 90 en varias direcciones. Hacia el este remontó por Alberto Alcocer y Costa Rica, de manera que hoy en día podría decirse que El Enfriador o el Marbella son también Costa Fleming, por el Este, o que la Máquina de Sor Ángela de la Cruz también, por el Oeste. No son ganas de colonizar, pero lo bueno se extiende, a veces, afortunadamente. Bienvenidos sean estos territorios a un espíritu de barrio que ilustra, de maravilla, la revista Alexander y la iniciativa general que conlleva, impulsada por un grupo de artistas, diseñadores y comerciantes de barrio que han sabido comprender que el barrio, como concepto, es algo mucho más allá de las disputas ideológicas: un territorio literario, imaginativo, fantástico y real a la vez, en el que queremos seguir construyendo vidas e historias, por mucho tiempo, con mucha gente, sin límites.

Dejo para otro artículo las notas sobre la presencia literaria de la Costa, con referencias como Menéndez Pidal, Dámaso Alonso o Francisco Umbral, a los que el barrio, por cierto, debería empezar a pensar en dedicar días, eventos, memorias, cosas.

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