Coincidimos en que la Democracia, así, con mayúsculas, es quizás el menos malo de los sistemas de organización social para soportar al prójimo. Pero su derivada mundana, la partitocracia mediática, está resultando ser una auténtica bastarda -en el sentido inglés del término, también, vaya, una auténtica capulla.

Así como las mejores intenciones empedran a veces el camino al infierno, un sistema idealmente cuasi perfecto ha derivado en su aplicación cotidiana en una máquina de matar esperanzas y generar agobios.

Puede que un país necesite -como un enfermo grave, o un niño malcriado- decisiones superiores enérgicas, jarabes asquerosos, quizás dolorosa cirugía. Ahora bien, si el salario del médico depende de la satisfacción a corto plazo del paciente, nunca va a contradecirle. Así vamos.

España empieza a necesitar con urgencia decisiones administrativas para evitar un rescate duro a medio plazo. Las políticas de gasto ilimitado pueden producir a muy corto un alivio social, pero a medio generarán una deuda imposible de financiar. El tesoro español no dispone de los recursos propios para respaldar sus gastos, ergo tiene que pedir prestado, ergo tendrá que aceptar las condiciones de los prestamistas.

Cuando éstos empiecen a apretarle, el gobierno -a la vista de su historial de comportamientos- tirará de argumentos ético-morales-socio-igualitarios-ambientales para implementar una batería de alzas fiscales (exención de beneficios al ahorro para pensiones; tributación de la sanidad y la educación privada; alzas en el IVA y en el IRPF, etcétera, etcétera…) que algo harán, sí. Presumiblemente, se distraerá la atención mediática en tan dolorosos trances con muñequitos republicanos y piñatas autonómicas. Pero el alivio con todo esto no será suficiente. Llegarán las manifestaciones de grandes colectivos, el descenso en las intenciones de voto, el horror blanco de los dirigentes a la pérdida de su poltrona -aunque a veces pienso que les preocupa más la vanidad histórica que el propio puesto, pero da igual.

Si en ese momento sucede cualquier otra cosa a escala global -hundimiento de la economía estadounidense, por ejemplo; fragmentación de Europa; Bréxit duro; vuelco en precios de la energía…- nuestro país no aguantará el viento, y caerá como un árbol desarraigado. Para salvarlo será necesaria una intervención de tal calado -y controlada por el exterior, sea el FMI o sea China- que ríete del rescate a Grecia o a Portugal.

Todo esto es evitable. Hoy se pueden tomar aún medidas -francamente impopulares, eso sí, pero eficaces- que pueden reequilibrar la balanza de ingresos y gastos estatales. Por ejemplo: reducción drástica de la dimensión de las administraciones públicas (cargos, estructuras duplicadas, entidades innecesarias…); reforma de la ley de función pública para que el personal a cargo de las arcas públicas pueda, de vez en cuando, decrecer en lugar de aumentar indefinidamente; limitación de las pensiones máximas en casos de familias con vivienda pagada y capacidad de ahorro; entre otras.

La verdadera dimensión de un líder político la da su capacidad para anticiparse a lo previsible -incluso aunque no sea lo más probable- aún a costa de su popularidad, y por tanto de su posible derrota electoral. Se busca presidente dispuesto a perder elecciones.

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