Inducido en parte por la apasionante lectura que Jeremy Irons hace de «Lolita»,  caí en el «Curso de Literatura Europea», del mismo Nabokov. Una cosa buena puede llevar a otra, como le ocurre al personaje borgiano de «La Búsqueda de Almotásim».

Este manual literario, editado a partir de las notas de clase acumuladas por no menos apasionados alumnos, es muy interesante. Se fija únicamente en siete obras: «Mansfield Park», de Jane Austen; «Casa Desolada», de Dickens; «Por el camino de Swann», de Proust; «El Dr. Jeckyll y Mr. Hyde», de Stevenson; «La metamorfosis», de Kafka; «Ulises», de Joyce; y «Madame Bovary», de Flaubert. El orden en el que he citado los siete capítulos del libro no corresponde con el cronológico de las obras, pero da igual, relativamente: el enfoque de Nabokov no es histórico, sino sincrónico -como diría Saussure, puramente analítico.

Cada una de estas obras representa una pequeña o gran cumbre de la literatura europea, sin duda, aunque personalmente creo que una de ellas (la de Kafka) es quizás el mejor relato jamás escrito en la historia de la humanidad -pero esa es otra historia.

El caso es que las notas del amigo Vlad me sirvieron para interesarme por una novela por la que nunca antes -sirva de reproche también a mis maestros de filología universitaria- lo había hecho: «Madame Bovary». Claro que sabía, remotamente, que trataba de un adulterio, pero poco más.

Así que -con el mismo sistema de escucha por auricular, no lectura, mucho más versátil y agradable- he tenido mi primer encuentro con Flaubert. Y estas son mis conclusiones:

El verdadero valor de Flaubert es su concepto de la «prosa poética», unos cuantos años antes de Baudelaire y Rimbaud. Hay pasajes verdaderamente bellos, auténticos poemas en prosa, y sobre todo una vocación de estilo expresa en el epistolario de Flaubert: «Una frase verdaderamente buena en prosa debe ser como un verso logrado en poesía: algo que no se puede cambiar, igual de rítmico y sonoro». Es decir, la prosa como vehículo de belleza en sí misma, y no como herramienta de narración histórica. Este es un debate interesantísimo en Filología: ¿tiene la narración desnuda -suponiendo que tal cosa pudiera existir, sin adjetivos, sin estilo, sin matices, siendo solo concatenación de hechos- capacidad estética, o ésta depende enteramente de la forma en que se narren los mismos hechos? Ahí lo dejo.

Desgraciadamente, a Flaubert le traiciona el siglo. El género folletinesco imperante en el XIX -tan dañino para el arte como el sistema de «series» lo está siendo para el cine en el XXI- le impuso, al parecer, un alargamiento excesivo de la trama, diversiones innecesarias, sumar páginas, marear la perdiz. El tránsito de la primera a la segunda parte de «Madame Bovary» es un cabo difícil de superar para cualquier navegante literario con poco tiempo que perder. Es imposible aceptar que el punto álgido en el que termina la primera parte sea la misma narración en la que se inscriben las larguísimas e inútiles decenas de páginas iniciales de la segunda. Así que el libro se cae de las manos. A partir de ese momento, sólo queda consultar en wikipedia cómo acaba la novela, recurrir al spoiler voluntario para ahorrarse la tortura de pasar páginas y páginas en las que literalmente no pasa nada. Y ni siquiera están bien escritas.

En todo caso, con la primera parte ya hemos comprendido lo que significó Flaubert. El objetivo del curso está cumplido. Y comprendemos mejor, entonces, las palabras magistrales de uno de sus lejanos discípulos, ese sí intransigente: «hay que ser sublime sin interrupción» -Charles Baudelaire.

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