Gabriel, ¿cómo estás? Leo en el roll banner inferior de la tele, mientras ceno, unas palabras que se te atribuyen: «cualquier persona debería poder decidir sobre su estatus político». Y no puedo estar más de acuerdo.

Pero el problema nunca, o casi nunca, es la política, sino la economía. Está claro que una declaración tan irrebatible, en tus labios, significa que los catalanes deberían ser libres para emanciparse de los españoles, al menos aquéllos que así lo deseen. Claro que sí. Deberían serlo. La cuestión, como siempre, es la letra pequeña, los detalles. Todas las parejas son libres de divorciarse, nadie discute eso. Los problemas surgen en los detalles: ¿quién se queda con los niños, el perro, el coche, el piso de Santa Pola, la colección de libros, la bodega…?

Este es, Gabriel, el error fundamental y tremendo del nacionalismo catalán tal y como lo llevamos viviendo en los últimos años: confundir un derecho fundamental -la libertad de identidad social- con una patente de corso para la usurpación de los derechos y propiedades ajenos.

Por eso, el presunto delito de los inculpados por el 1-o no es dar la oportunidad de expresión a la gente, sino hacerlo para, a continuación, proceder a una expropiación brutal de los derechos y bienes de otros: no otra cosa era la Declaración Unilateral de Independencia, que suponía la incautación por la fuerza de todos los bienes y derechos de los españoles y españolas en territorio catalán: capitales, puertos, infraestructuras, depósitos bancarios, caja de la seguridad social, inmuebles…

Siempre que vuelvo a escuchar una proclama que invoca el derecho a la autodeterminación e ignora las obligaciones que esto debe conllevar -es decir, negociar con los legítimos propietarios de los bienes comunes la separación de bienes- pienso en una situación de abuso doméstico en el que un miembro, o miembra, de una pareja, invocara el derecho a seguir su vida en libertad individual -incuestionable- como pretexto para apropiarse de todos los gananciales comunes. ¿Verdad que no puede ser así, Gabriel?

Somos muchos los españoles que deseamos la felicidad total y máxima del pueblo catalán. Pero no la busquéis a la contra, no os arrebujéis -con perdón del andalucismo- en la capa de la ofensa histórica. Negociad. Estamos dispuestos a escuchar todas las propuestas que no vengan enmascaradas por un espíritu de reivindicación anacrónico, injusto y ofensivo a toda inteligencia.

Muchas gracias.

 

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