Como elemento para el debate ante la inminente aparición de una antología de poetas locos preparada por Óscar Ayala, cuyo buen gusto y criterio garantiza muchas horas de lectura apasionada y unos cuantos descubrimientos, escribo estas líneas de vocación semántica.

Definamos «locura». La acepción inmediata es «condición enfermiza del comportamiento que conduce a la realización de actos estrambóticos, inusuales o injustificados». No sé si es la de la RAE, y no pienso mirarlo, pero podría. En tiempos del Bosco y Brueghel, la locura era una piedra que se extraía por trepanación; eran gestos desaforados, pueblerinos defectuosos, village idiots, deficientes mentales.

En esto llegó Cervantes, e hizo de la locura el móvil de las más ingeniosas aventuras y discursos más sensatos sobre la condición humana, en boca de Don Quijote. Pero no lo olvidemos: Cervantes no estaba loco, no fue un enfermo.

Vivo al lado de un psiquiátrico. Si los marcianos aterrizaran al lado de mi casa, saldrían corriendo. Muchos de los internos disfrutan de régimen abierto, y pasean por el barrio a sus anchas. Son inofensivos -uno de los rasgos ocasionales de la locura es la agresividad, por cierto-, o están dopados para serlo, pero son enfermos. Están internados, alguien quiere curarles. Alguna vez, quizás, tuvieron una cordura y una estabilidad, que la genética, las pastillas de una discoteca adulterada, o una desafortunada concatenación de historias, les arrebató.

Después de Cervantes -y de una sobredosis de racionalismo ilustrado- vino el Romanticismo. Su acertada exacerbación de lo individual condujo a la apreciación de todos los valores del IBEX literario con acciones extravagantes: lo descomunal, monstruoso, horrible, único y nunca visto subió cotización, y en muchos casos con justicia, y en muchos también devolvió rentabilidades poéticas de muchos dígitos.

Lo que pasa -y aquí comienza la parte semántica de estas líneas- es que la locura de los románticos es la del valor individual, la de la rebeldía, la de la reivindicación de lo único frente a lo común. Esa locura es, desde luego, no sólo originaria de la mejor poesía, sino totalmente indispensable para la salud. No hay nada más pernicioso que la alienación, la mentira, la cobardía integradora y gregaria. Si por loco se entiende al valiente, quiero serlo.

Pero la locura, desgraciadamente, no es solo esto. La locura es también la pérdida de memoria, la demencia senil, la esquizofrenia, desgarros que hacen sufrir a su portador y a su entorno. Definid «locura».

 

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