Este artículo de El País https://elpais.com/tecnologia/2017/10/13/actualidad/1507894455_001314.html, «Programado para caducar: la estrategia de la industria, diseñar productos con fallo», es verdaderamente estremecedor, y muy bueno. Quizás haya pasado desapercibido en un domingo dominical y dominguero, de buen tiempo y puente, y en horas previas a ni más ni menos que la posible intervención de Cataluña por la vía 155, pero en mi opinión lo tratado en dicho artículo es, al menos, tan importante como el monotema político de los últimos tiempos.

Resumiendo: muchas grandes marcas mundiales, de todos los sectores industriales, cifran su rentabilidad en la caducidad de sus productos, y no en su durabilidad. Esto ya lo sabíamos, era la «obsolescencia programada» que saltó a escena hace algunos años, y ya nos parecía mal, pero ahora -quizás ante la indiferencia global a lo anterior, que ya era grave- da un paso más: los mejores ingenieros de I+D+i de marcas emblemáticas de electrónica, consumo, automoción y todo tipo de bienes dedican sus mejores esfuerzos a programar averías y desgastes, de forma que el usuario se vea obligado a reponer cada vez en más breves plazos.

No es, desde luego, una teoría de la conspiración. A todos nosotros nos ha sorprendido recientemente la pronta avería de muchos artículos diarios, desde un aspirador, una plancha o una bicicleta, hasta un teléfono móvil, una impresora o una cámara de fotos / vídeo. Pues bien, estas averías podrían no ser casuales o excepcionales, sino el resultado de una estrategia industrial premeditada y consciente. Algo que -tras el fraude de las emisiones contaminantes en la  automoción- tampoco debería sorprendernos demasiado.

Por ley, todos los dispositivos electrónicos y bienes de consumo tienen dos años de garantía. Los fabricantes estarían, pues, maquinando cómo producir objetos cuyo uso los agote y haga inservibles precisamente poco después de dicho plazo.

Una de las vías sería la dedicación de los «test de estrés» de todo tipo de productos a calcular con la aproximación estadística suficiente el momento de su avería pasado el periodo de garantía. Dejo a la lectura de cada cual comentar si recientemente ha sufrido uno o varios incidentes de este tipo en productos como electrodomésticos, cámaras de fotografía, o artículos deportivos, por citar algunos.

Hay, además, un indicio muy sospechoso, y es la reciente incorporación en la «ficha de producto» de numerosos artículos de un concepto asociado a su «nivel de uso». Este concepto clasifica a los diferentes artículos de una gama según su resistencia al uso (ocasional, medio, intensivo… en definitiva, es algo que no está regulado por normativa, y cada fabricante utiliza la terminología que quiere). Con ello, los fabricantes buscan coartada para evitar la reposición o reparación de artículos averiados durante el periodo de garantía, siempre que el cliente cometa la imprudencia de detallar si su uso del bien adquirido ha sido «ocasional, medio, intensivo…». La normativa de consumo para garantía de fabricante de dos años en la mayor parte de los productos no perecederos no establece nada parecido a su «nivel de uso». El usuario puede literalmente machacar a base de disfrute sin límite de tiempo, siempre que sea de buena fe y sin ánimo destructivo, el bien adquirido, y seguirá teniendo derecho a su reposición o reparación si se produce avería en los dos primeros años tras la compra.

Para esquivar esta obviedad legislativa, los fabricantes han introducido esta categoría de «nivel de uso» en sus productos. Saben que, sea cual sea, están obligados a reponerlos si están en garantía. Pero juegan con el mantra psicosocial de que «lo barato sale caro», y elevan el precio de los productos al ofrecer otros similares en la misma gama categorizados como de menor «nivel de uso», ante los cuales el consumidor inocente reculará por considerar justificado que se puedan averiar incluso durante el periodo de garantía.

Además de la estrategia anterior, hay otra industrial que seguro que os suena, y que podríamos denominar con toda justicia «estragegia IKEA». Muchos fabricantes han decidido prescindir de cadenas de montaje o ensamblaje de sus propios productos. Así, solo gastan en diseño, producción y distribución de componentes a ensamblar… ¿por quién? ¡Por el usuario, naturalmente! Da igual que compres un aspirador, un ventilador, una estantería, una bicicleta o cualquier elemento de mobiliario: es cada vez más probable que el artículo en cuestión te llegue en piezas sueltas, con el correspondiente manual de instrucciones de montaje.

Esto no sería tan grave siempre que en las fotografías de venta de dichos productos lo que se viera son las piezas sueltas. Pero no: se ve el elemento montado, final, precioso, aunque lo que uno compre sean sus piezas y un manual de montaje. En el mejor de los casos, el comerciante ofrece un servicio suplementario de montaje con coste adicional. En definitiva: te están vendiendo como producto montado un kit de piezas sueltas, y los avisos sobre la necesidad de que tú mismo lo ensambles tras recibirlo, o bien que pagues separadamente su montaje, pasan a formar parte de la letra pequeña.

Las cuestiones de las averías programadas denunciado por El País, la del «nivel de uso», y la del «suplemento de montaje» se suman en una desagradable y triste cadena que sitúan a la industria global como auténtico enemigo de la ciudadanía, a la que considera únicamente sujetos pasivos de compra y objetos de la máxima explotación posible. Nada nuevo, en realidad. Pero sí que lo hay: y es que ahora los ciudadanos podemos unirnos para lo siguiente:

  • Reclamar la extensión de las garantías de fabricante de todos los productos a periodos de cinco o diez años, como mínimo, que suele ser equivalente a su amortización contable;
  • Reclamar a las marcas industriales compromisos claros de condena y no ejecución de prácticas como la obsolescencia programada, las averías programadas o las ambigüedades comerciales sobre el «nivel de uso» de los artículos que venden;
  • Exigir igualmente que los etiquetados legales de todo tipo de productos incluyan información sobre su durabilidad, de forma que la garantía de fabricante se extienda sin ambigüedad a la previsión de durabilidad del propio fabricante. (No nos oponemos a que fabriquen productos baratos y prontamente deteriorables, pero sí a que la garantía de reposición o reparación sea la misma para todos).
  • Regular la publicidad y los displays de venta de forma que los productos que se vendan como piezas a ensamblar aparezcan como tales desde el primer momento. 

Bueno, y simplemente como ilustración anecdótica de lo dicho en estas líneas dejo dos enlaces sobre una bici estática que se vende para «uso ocasional» y una silla de oficina para «uso de hasta 4 horas diarias». En ambos casos puede verse además que la cuestión del montaje de los artículos aparece como un paso secundario o de «letra pequeña» de los artículos.

http://www.elcorteingles.es/deportes/A15335393-bicicleta-estatica-boomerang/

https://www.ofisillas.es/silla-de-oficina-arial-en-malla-transpirable-y-cuero-lujo-a-un-precio-increible-color-negro.html

El título de este post hace referencia a la posición de las marcas comerciales globales como máxima referencia de mucha gente en momentos en los que la política, los estados e incluso los clubes de fútbol han fallado en su cometido de referentes. Si las marcas son las nuevas banderas en las que se pretende que militemos… pues eso, que se desmarquen de prácticas como las anteriores.

 

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