Relectura de Emilio Carrere
Paseando por Cuesta de Moyano dí con este libro de Emilio Carrere, la «Ruta Emocional por Madrid», terminado de imprimir el 6 de febrero de 1.935. Debido a su sintonía con el régimen franquista, Carrere, que murió en 1.947 a los 66 años de edad, es poeta poco comentado actualmente. Gajes de la corrección política, precisamente, en estos tiempos en los que primero se mira la filiación de quien sea y luego, si procede, se valora o se denosta su obra. No debiera ser así.
En todo caso, este libro se terminó de imprimir en 1.935, y en sus páginas no hay política, aunque sí mucha sensibilidad hacia los menos favorecidos -incluídos los toros sacrificados en la fiesta nacional-, y mucho lamento por el oscurantismo y la superstición imperantes en España. En el poema titulado «Siglo XVI» podemos leer
«vuela sobre las almas el murciélago inmundo
de la superstición»
y en ese mismo texto califica a Felipe II de «real carroña«, bajo cuyo «manto de armiño hiede a putrefacción«. No puede decirse que esto sea muy pre-franquista, no. Más bien es totalmente noventayochista, muy de Unamuno u Ortega.
Carrere, hijo de madre soltera de la que orfanó muy pronto, dice de las «hembras de vida alegre, que es la vida más negra». Fue uno de los personajes clave de la «movida» bohemia de los años 20 y 30 en Madrid, como recuerda su biografía en Wikipedia. Ese mundo nocturno donde reinaba Alejandro Sawa, a quien con frecuencia se ha citado como «muso» de Valle-Inclán en «Luces de Bohemia». Un mundo tan oscuro que se diría anterior a la luz eléctrica, que sin embargo comenzaba a alumbrar las noches de Madrid, con sus farolas y serenos. «El alba son las manos sucias», decía Rafael Cansinos-Assens, que también vivió esos años y esas noches.
En todo caso, la calidad literaria de Carrere merece un buen rato de lectura, y en muchas ocasiones un considerable respeto. Las reminiscencias románticas -Becquer y Espronceda- son muy intensas. Está también Goya (Carrere quiso primero ser pintor), y la novela picaresca. El vocabulario lo revela: palabras poco oídas hoy en día como «trapaza», «chiscón», «bigardos», «gallofero», «pergeño» u «horologio» (por reloj) nos sitúan en un léxico que desde luego es, cualitativamente, del siglo pasado. Pero ¿qué tendrán las palabras, que las viejas y caídas en desuso tienen una resonancia más bella que las vulgares y frecuentes? Será porque nuestro vocabulario se empobrece, o simplemente cambia, pero la lectura de Carrere es muy entretenida simplemente por encontrar, y bien usadas, palabras como estas.
Junto a ello, versos de una actualidad tal que se dirían firmados por Julio Llamazares:
«cuando el invierno muerde, como un lobo famélico,
y canta un viento lúgubre entre las callejuelas…»
«Ruta Emocional por Madrid» hace honor a su nombre al dedicar muchos de los poemas a lugares precisos, como un soneto a la Cava Baja que termina con este terceto:
«Vino en jarra y camastro que hace el amor sabroso,
cuando en la noche un pícaro trajinante rijoso
anda buscando a tientas el cuarto de la moza.».
Sí, ciertamente da la impresión de que aunque la luz eléctrica hubiera ya llegado a las calles, todavía se hacía esperar en tabernas y burdeles.
Hay que decir, también, que Carrere no es siempre sombrío y nocturno. Así ve Moncloa:
«La Moncloa está llena de memorias galantes;
¡qué adorable desfile de cabecitas blondas;
qué dulce deshojar de palabras fragantes;
cuánto y qué bien se ha amado bajo sus nobles frondas»
(Es de suponer que esas frondas corresponden al Parque del Oeste).
Volviendo al tema de la sensibilidad hacia el sufrimiento animal, merece mucho la pena citar estos versos de su «Aguafuerte taurino»:
«Llora el toro y es triste y humana su mirada,
que ve tanta crueldad y no sabe por qué.
Y elevando el testuz, clásico y bello, acaso
sueña con las esquilas de los bueyes cansinos
que en las tardes geórgicas van rimando su paso
en las lentas carretas, por los largos caminos…»
Calificando a la plaza de «pandereta sangrienta de la gloria y la muerte«.
El poema «Viejos Cafés» es otro de los más significativos:
«El bar con pianola
mató al café romántico;
la bárbara estridencia de jazz-band negroide
ahogó la voz divina de los viejos pianos…»
¡Qué diría el pobre Carrere si hubiera vivido hasta la era de las discotecas! Quizás algo así:
«¡Por lo que soñó Becquer en su rincón del Suizo,
lloremos en las ruinas de los cafés románticos.»
…..
«¿Se llamaba Martirio, o Carmen, o Sagrario?
Era un nombre español atormentado y triste
y oloroso a azucenas de místico retablo.
He olvidado su nombre, pero al pensar en ella
el sabor de sus besos me perfuma los labios.
Por aquella muchacha, que ya no será bella,
lloremos en las ruinas de los cafés románticos».
La sensibilidad hacia el sufrimiento ajeno de Emilio Carrere queda de nuevo patente en «La Corista»:
«Ella sonríe siempre, y hasta intenta
hacer procaz su gesto desolado.
«¡A ver, esa, no quiero caras tristes!»
-se dibuja la panza del señor empresario.»
Hay poemas en los que Carrere suena a Lorca:
«Era el billar de la Luna,
plantel de tafurería,
diestros artes de flor
y jaque perdonavidas.»
Y hay uno, el que cierra el libro, «Paz Conventual», que no se sabe si es Guillén, Machado o la mismísima Alaska;
«¡Oh, quien pudiera ser un monje solitario
en este claustro ungido de hondo recogimiento,
con un pardo sayal y un piadoso breviario,
y en paz el corazón y en paz el pensamiento.
Tener un crucifijo y un cráneo amarillento
sobre las viejas páginas de un místico glosario,
y oír llegar la muerte, paso a paso, en el lento
desgranar de las horas del viejo campanario.»
Versos muy tristes para los felices y bohemios años 20, pero no quizás tan descabellados en unos 30 turbulentos en cuya segunda mitad se materializó el desastre.
En fin, una lectura muy amena y un redescubrimiento interesante, esta Ruta Emocional de Madrid, publicada hace 82 años, madre mía, y la de cosas que han pasado… Verdaderamente el tiempo no es constante; igual que los meteorólogos hablan de «sensación térmica» como el componente subjetivo de la temperatura, podría hablarse de «sensación cronológica» cuando te parece que la España de hace 82 años queda varios siglos atrás. ¡Bueno, para eso sirve la literatura, entre otras cosas!
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