Hoy ha hecho un fabuloso día primaveral en Madrid. Esta ciudad -como tantas otras de España- es conocida por su carácter sociable, favorecido por el buen tiempo. Era el día adecuado, por tanto, para salir a disfrutarlo al aire libre.

El aire, y el paseo, de momento siguen siendo libres, en efecto. Pero cuando llega el momento de sentarse a tomar unas cañas es otra cosa.

Hemos parado en algunas terrazas del barrio, donde frecuentemente nos atienden, y nos ha sorprendido la escasez de mesas disponibles. Preguntados los camareros si podían poner más mesas han respondido con un temblor en los ojos, como quien acaba de ser torturado: «no, no puedo poner más mesas». En todos los casos era obvio que había espacio para ello, espacio en el que una -o dos, o tres, o cuatro…- mesa más (que tenían apiladas junto a la pared) no hubiera causado ningún problema a nadie: ni de tránsito, ni de molestias de ningún tipo.

En los ojos de los propietarios pude leer, como digo, un temblor de terror que me hace pensar que el Ayuntamiento (esa entidad que un día respondía a la voluntad de los ciudadanos en lugar de imponerles la suya propia) acaba de hacer, al inicio del buen tiempo, una campañita de multas, notificaciones e inspecciones destinadas a asegurar que ningún establecimiento sobrepasa el número de mesas en la vía pública que tiene licenciadas.

Es posible que algunos bares licencien mesas a la baja, claro, pero en cualquier caso el sistema de licencias debería permitir la flexibilidad necesaria para que, a más mesas, más tasas, de manera automática y sin necesidad de inspecciones, agentes, multas o apaños de cualquier tipo. Invito a las autoridades municipales a convocar un concurso público de nuevas tecnologías para etiquetar las mesas instaladas en cada momento mediante «internet de las cosas», a ver si así nos enteramos de una puñetera vez de para qué sirve.

Los resultados de la limitación y el terror a la multa o expediente de cierre pueden enumerarse de la siguiente manera:

  • Como no hay sitio, nos vamos a casa. Los establecimientos dejan de ingresar, pierden crecimiento, pierden empleo potencial; y la hacienda pública pierde ingresos por IVA, etc.
  • Como no hay sitio, nos vamos a casa. En lugar de compartir ciudad, aire libre, espacio, ligues, conversaciones, historias, diálogos y risas o lágrimas, nos vamos a casa. ¿Es eso lo que quiere el Ayuntamiento? Parece que sí. Nos prefiere de uno en uno o de dos en dos, en soledad o en pareja, dóciles ante la pantalla de la tele, el ordenador o el móvil, pero no hablando entre nosotros.

Por eso titulo este artículo Toque de Queda en Madrid. Porque la normativa municipal sobre disfrute de espacios públicos equivale a un toque de queda que manda a la gente (sí, esa gente con la que se llenan luego la boca en su propaganda multimedia) a casa, tranquilita y controlada.

Bueno, vale, no será para tanto, como siempre, pero decidme, ¿queréis vivir en una ciudad o un país en el que el límite del número de mesas para tomar cañas no lo determine el espacio disponible, ni las molestias causadas a terceros, sino el importe pagado por tasas y la amenaza de multas? Yo no.

 

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