ROMANESCU

Me he apuntado a un curso

de iluminación profesional. Me viene muy grande,

pues es para expertos fotógrafos, técnicas avanzadas,

y yo soy

sólo un breve aprendiz con conocimientos primarios.

La mayor parte de los alumnos son jóvenes,

en búsqueda activa de empleo. Toman

apuntes, se preocupan si llegan tarde, intentan

no perder ni una. Yo sé

que ni de coña me darán un título de iluminador profesional,

así que simplemente disfruto.

Me maravillo cuando Pablo Esgueva ilumina el romanescu

con flash a 1/64, exposición de 15 segundos, y luego

quita la verdura y pone un anillo de circonitas

en su lugar, y en la foto salen ambas superpuestas.

Una vez, hace tiempo, leí

una frase de Javier Reverte que siempre

me ronda, me ronda: «en la vida» -decía-

«sólo merece la pena emprender las aventuras

que pueden acabar muy mal.» Mi curso

de iluminación profesional puede acabar

muy mal, puedo perder el dinero,

puedo hacer el ridículo, puedo parecer

tonto. Pero mientras tanto, me maravillo

de la pasión de Pablo por la luz y el color,

y aprendo

la lección más importante:

que nada importa, salvo el asombro.

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