Otoño-Cestas-600

Ayer fui a una empresa, a una cita

para planificar un proyecto. Llegué demasiado

pronto, porque mi costumbre es salir demasiado

pronto. Así que esperé mientras llegaba la hora

de la cita, en el vestíbulo, leyendo las inconcebibles publicaciones profesionales

de todas las empresas del mundo. Era jueves 18 de diciembre. Eran

las 18h.

Hora de salida. Los empleados salían tod@s con una hermosa caja rectangular

bajo el brazo, contentos, y era fácil adivinar

su contenido: polvorones, mantecados de estepa, mazapanes, turrón de suchar, esas cosas.

¡Qué contentos iban, l@s jodí@s, con su cesta de navidad bajo el brazo! Parecía un diploma,

un título, una garantía vital, algo muy muy importante, mucho más importante

que el valor económico de 200 grs de polvorones, 100 grs de almendras, 1 lata de berberechos,

1 pieza de salchichón ibérico, 1 pieza de lomo de recebo, 1 botella de tinto Marqués de la Miseria,

1 botella de blanco Pago de los Esclavos, y para los jefes de departamento, además, 1 botella

de balantains. Pero ¡qué content@s iban, l@s jodí@s! Y lo comprendo, claro que lo comprendo, yo mismo

he sido empleado durante más de 20 años, y he sentido ese calorcito gregario en el corazón al besar las mejillas

dulcísimas de la secretaria, recepcionista, colega, e incluso directora, a veces, ambos dos con la cesta

bajo el brazo, en navidades anteriores, algunas veces.

Por eso, ayer

sonreía, sin malicia, al ver pasar a las hordas de felices empleados con su cesta bajo el brazo, mientras esperaba

la reunión con mi convocante para ver el tema que teníamos que ver, en esa empresa.

Bueno, pues finalmente vino, hicimos la reunión, planificamos, la verdad es que salió un proyecto molón.

Al día siguiente (hoy, viernes 19 de diciembre, cuando escribo estas líneas) cruzamos correos. Ambos

estábamos motivados por el proyecto.

Aproximadamente a las 15 horas (las 3 de la tarde en España) recibí una llamada de mi contratante.

– «Me han despedido» -decía, con voz sobria, tranquila.

No supe muy bien qué decir. Mi primera reacción fue de dececpión y rabia, pues había pasado una parte de la mañana perfilando los detalles del proyecto, y el tiempo es oro, bueno, pasta.

También tuve algo de cabreo, pues pensé que mi contratante debía saber que estaba en el punto de mira de RRHH.

Pero al final del día, mientras aún circulan por las aceras decenas de otr@s emplead@s con cestas y bolsas y cosas de Navidad, ebrios de la alegría que da ser parte

de algo, sea lo que sea, de tener colegas, rutinas, enemigos, gente

siempre cerca, más o menos, al final del día, digo,

el sentimiento que queda es amor

hacia mi contratante despedida, pues comprendo que ahora está en el mismo territorio donde yo llevo ya varios años,

el país de los independientes, la marca de los rebotados, el elenco de los irremediables.

Ánimo, Ángela. Bienvenida al Club.

 

 

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