Voy en coche. Tengo prisa. Miro

el móvil buscando el número de mi asesor

administrativo. Necesito

hablar con ella, es urgente, el plazo para presentar

la declaración RT33 termina en pocas horas.

Intento acceder a la libreta de direcciones, pero entonces

el móvil me dice que para proteger mi seguridad tengo

que introducir la respuesta a la pregunta personal, de cuyo texto

no tengo ni la más remotísima remembranza ni sombra de ná.

Dejo el móvil en el asiento de al lado, como quien deja

una vieja amistad inservible, un amigo traicionero, una ciudad.

Me resigno a la multa. Me siento incluso liberado por ello.

Todo es una puta mierda. Los rayos del sol

estimulan la melatonina de mi cutis a través del parabrisas

y las hojas de la acacia en el atasco monumental de todos los días.

 

 

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