Las cosas son diferentes, lo entiendo,

todo cambia, no puede ser lo mismo

siempre. Pero eso no cambia

que quiera que todo siga siendo

igual. Cuando has conocido la delicia

máxima, no te valen razones para apaciguar

el deseo de que se repita siempre, una y otra vez,

igual, igual, igual, o mejor si es posible.

Es como los niños: ¡otra vez, otra vez!

El mismo cuento, la misma voltereta,

columpio o cuchufleta: ¡otra vez, otra vez!

Las cosas son diferentes, quizás, y yo más viejo,

pero daría mi riñón derecho e hipotecaría

el izquierdo si pudiera conseguir que no cambiara

lo que tú ya sabes, lo de siempre, eso.

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