Ayala

Vengo de VIPS de tomar una ensalada Luisiana mientras leía la introducción a la edición de «El Estudiante de Salamanca» de mi amigo el gran filólogo y profesor Oscar Ayala. Y estoy escuchando «Be still my Beating Heart», de Sting.

Dicho lo anterior, el resto de este artículo estará dedicado a las dos primeras palabras del título: la vieja, nueva y eterna polémica entre Clasicismo y Romanticismo.

Dice Óscar, no sin razón, en su introducción del libro que «en arte, lo actual nació hace más de dos siglos», refiriéndose a la capacidad fertilizadora del movimiento romántico sobre toda la literatura posterior al siglo XIX.

Pero -y sé que le gustará- tengo que contradecirle. Lo actual nació hace mucho más de dos siglos. El romanticismo como movimiento social, espiritual, literario y artístico es en esencia la reivindicación del «yo», ojo, no en el sentido «egoísta», sino en el sentido de «yo, como cualquier otro». A ver si me explico.

Para mí, el primer romántico fue Publio Ovidio Nasón -Ovidio, para los amigos. Y no porque prácticamente toda su obra estuviera dedicada al amor, a la mujer y a los sentimientos -que también-, sino porque escribió desde un individualismo feroz y tan intenso que le costó el destierro. Ese destierro, por otra parte, generó algunas de las páginas más bellas jamás escritas -las «Tristes»-, igual que la prisión y desgracia de Oscar Wilde produjeron «De Profundis» y la «Balada de la Cárcel de Redding». Por cierto, Wilde es la reencarnación de Ovidio, ¿no sabíais? Os lo cuento en primicia en este blog. Y un enorme romántico. Firmaba sus cartas como «Melmoth, el errabundo», cuando desde París, en sus meses finales, pedía a sus hijos, que habían renegado de él, alguna transferencia económica para subvenir lo básico.

Tanto Wilde como Ovidio desafiaron al poder establecido, y lo pagaron caro. Románticos. Para mí, estos son los versos clave de «El Estudiante de Salamanca»:

«Grandiosa, satánica figura,
alta la frente, Montemar camina,
espíritu sublime en su locura,
provocando la cólera divina:
fábrica frágil de materia impura,
el alma que la alienta y la ilumina,
con Dios le iguala, y con osado vuelo
se alza a su trono y le provoca a duelo.
 
Segundo Lucifer que se levanta
del rayo vengador la frente herida,
alma rebelde que el temor no espanta,
hollada sí, pero jamás vencida:
el hombre en fin que en su ansiedad quebranta
su límite a la cárcel de la vida,
y a Dios llama ante él a darle cuenta,
y descubrir su inmensidad intenta.» 

¡Y cuidado que yo soy poco satánico! El satanismo de Espronceda y los románticos, como el de Milton o Blake, no tiene nada que ver con los cultos sadomasoquistas del cine contemporáneo. Es una reivindicación de lo individual, rebelión contra el dogma. Es un poco el «Sympathy for the Devil» de los Rollings.

Ya sabéis que yo soy más de Garcilaso que de Blake, más de Cervantes que de Shakespeare. Al fin y al cabo, barro pa casa… Pero también soy más de Kafka que de Cela, sin duda! En literatura, en ideas, en espíritu, en corazón.

Empecé esta nota con Sting, y acabo igual… que frágiles somos!

 

4 Responses to Clasicismo, Romanticismo, VIPS y Sting

  1. Luis Rull dice:

    Gran entrada, Alberto. Gran Album, que escuché hasta la saciedad miles de veces hace muuuuuchos año.

    ¿Has leído Las Raices del Romanticismo de I Berlin? Cambió mi percepción de la disputa clasicismo-romaticismo

    L

    • alberto dice:

      Gracias, Luis. No, no he leído a Berlin; anotado queda. La verdad es que con esta entrada me ha salido una página de «crítica 2.0», en la que cobra interés -o al menos importancia- tanto el fondo como la circunstancia -la música, la ensalada Louisiana… ¿Quizás las redes nos están haciendo demasiado vanidosos?

  2. Óscar Ayala dice:

    Ya sabes que me gusta que me contradigas, sobre todo para darme pie a contracontradecir. En realidad, lo actual no ha nacido todavía, es demasiado viejo. ¿Ves? Ya ha pasado. Bendito Manrique. En fin, Lousiana, vale, pero después un vasito de esos de brownie con helado de vainilla… UN abrazo.

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