Leyendo el artículo de hoy de John Carlin en El País sobre los peligros de Twitter y Facebook me dan más ganas de dejar de comprar El País que de borrarme de Twitter o Facebook. Lo cual es, naturalmente, lo contrario de lo que pretende el editor que ha encargado dicho artículo.

Twitter es un bar y Facebook un burdel. Ok. ¿Y? Un periódico es como la iglesia donde sólo habla uno, supuesto posesor de la verdad absoluta. Y, como es habitual también, el sacerdote despotrica contra el bar y el burdel -su competencia natural. Augura las llamas del infierno y el dolor eterno para quienes gasten sus cuartos en otros servicios que no sean los puramente parroquiales. Es normal. Defiende su negocio.

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Las relaciones personales plenas, claro, implican a los cinco sentidos. Aún somos animales necesitados -afortunadamente- de tacto, olfato, gusto y oído; no sólo de leer mensajes o ver fotos vive afectivamente el hombre (ni la mujer). Sin embargo, creo que hay un sexto sentido al que Twitter, Facebook, y otras soluciones tecnológicas, como también la literatura, el cine, o la tele, dan satisfacción: el sentido de la fantasía.

La fantasía -desde Homero a Ovidio, desde Garcilaso a Kafka, y con Cervantes en el centro- es el sexto sentido. Como ha llegado mucho después que los demás en la escala genética y evolutiva aún no ha ha terminado de encontrar su sitio. Pero cumple una función esencial en la supervivencia. Es, junto con la curiosidad, el motor de la inteligencia; la fuerza que nos mueve a rebelarnos contra la adversidad, sencillamente porque somos capaces de fantasear, imaginar, una realidad mejor. Y atención: muchas veces la fantasía consigue sus objetivos. 

Pareja en Nápoles

Las relaciones no presenciales, dice Carlin, favorecen la idealización fantasiosa. Ok. ¿Y? ¿No es necesario, y positivo, creer en alguien que responde a nuestras necesidades, que cuadra con lo que buscamos, o que simplemente aporta a nuestra vida la dosis de diversión y alegría necesaria para sobrellevar una rutina gris? Y además, ¿no idealizamos en cierta medida también a nuestr@s amig@s presenciales?

De todas formas, ya me dirá John Carlin qué relaciones personales se establecen pasando las páginas de un periódico. O, mejor dicho, no me lo dirá, porque los sacerdotes -salvo honrosas excepciones- no frecuentan los bares, y mucho menos los burdeles.

Otra cosa con la que estoy muy de acuerdo con Carlin es en la necesidad de control parental. Abandonar a un menor (o a un adulto inexperto) en el océano de los dispositivos tecnológico-sociales sin estar cerca para guiarle es como dejarle solo en medio de la Gran Vía la víspera de Reyes. Pero es posible que las redes sociales no sean estadísticamente más peligrosas que la pura y simple vida real: el mayor caso reciente de abuso de menores -a escala local- tuvo lugar alrededor de un gimnasio de kárate, sin ningún concurso de tecnología, sino por pura depravación. Y las Preferentes se anunciaban con toda dignidad en las páginas de los periódicos.

Yo deseo que El País sobreviva. Quiero seguir fantaseando los domingos por la mañana mientras me tomo un café y paso sus páginas blancas o salmón, quiero seguir creyendo que me trae información veraz, bienintencionada, documentada… Pero por favor, que no me toque los facebook (o twitter, o pinterest, o whasap, o el mismísimo eskup…) con golpes bajos pontificales, ¿ok? ¿Hay alguien ahí?

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