Leyendo “La Venecia de Vivaldi”, de Patrick Barbier, uno se da cuenta hasta qué punto Venecia y Las Vegas son ciudades hermanas en el tiempo, reencarnaciones del mismo espíritu urbano, expresión del mismo sueño colectivo.
Entre las páginas más afortunadas del librito de Barbier están aquéllas en las que describe cómo era la llegada del viajero a Venecia antes de la invención del ferrocarril (y por supuesto del avión): nada de bajarse de un autobús directamente frente al Gran Canal: no; había que dejar el carruaje a treinta kilómetros de la Serenísima, y navegar en un bote a remo, silencioso y espectral, por las aguas bajas de la Laguna, a menudo envueltas en neblina, durante dos o tres horas, hasta que al fin las siluetas de los campaniles y las cúpulas de los conventos se dejaban adivinar.
Curiosamente, la llegada a Las Vegas hoy, a pesar de ser en avión, es muy similar. Uno atraviesa el desierto de Nevada durante 60 o 90 largos minutos de vuelo, y si tiene la suerte de tener ventanilla admira las quebradas y cañones como rayos geológicos sobre la tierra roja y amarilla. Esta travesía del desierto hace que, cuando finalmente los rascacielos imponentes de la Ciudad que Nunca Duerme se adivinan como un espejismo, la excitación sea inmensa.
Venecia, Las Vegas: dos islas míticas de diversión, arte, fantasía y alegría.
Quien sienta rechazo ante la comparación entre la Serenísima y la Ciudad del Juego, sencillamente es que no ha estado en las dos, creo. Las Vegas está muy muy por encima de su reputación global, y quizás por ello maravilla hasta el éxtasis a todos los que hemos tenido la suerte de visitarla. Yo la tuve en Abril de 2006, con motivo de una feria tecnológica audiovisual, y también he visitado -como casi todos los europeos de clase media- Venecia, que a pesar de ser hoy una palidísima sombra de sí misma, sigue asombrando por su estructura y encanto.
Es bien sabido que, en los siglos de su esplendor, Venecia fue la ciudad más divertida y libertina de su tiempo. No sólo por el número de casas de juego y prostitutas, sino por la insólita combinación de protocolo social extremo y costumbres liberales; cuenta Barbier, por ejemplo, que estaba mal visto que una mujer, después de su primer año de casada, fuera a la Ópera con su marido, por no tener galán que la cortejara.
Y es sabido igualmente que en esta sociedad la música alcanzó cotas de maravilla como muestran la obra entera de Vivaldi o Monteverdi. Toda Venecia era música: los gondoleros cantaban; los estibadores cantaban; los religiosos y las religiosas cantaban; los amantes ofrecían serenatas con varios músicos de cuerda a bordo de góndolas engalanadas; las iglesias se construían en función de la mejor acústica para alojar aquí al coro, allí las cuerdas, por encima las trombas y las flautas. Y qué decir del talento escenográfico: los esponsales del Mar, la Semana Santa, la Natividad, la Coronación del Dux… En el libro de Barbier se incluye un calendario de festividades que deja a ciudades como Sevilla o Río de Janeiro a la altura de míseras provincias puritanas y pobretonas. Los fastos y fiestas, conciertos y máquinas teatrales se sucedían en una rueda de vértigo continuo sólo interrumpida durante los pocos días de la Cuaresma. ¡6 meses de Carnaval al año, 6!, celebraba Venecia.
“What happens in Vegas, stays in Vegas”, es uno de los reclamos más conocidos de la ciudad. Quiere decir que todo está permitido –siempre que no sea ilegal, pues la policía es estricta, como lo era en Venecia, o siempre que se haga discretamente. Nadie cuenta nunca lo que ha hecho en Las Vegas –lo que ha hecho de verdad, se entiende-, y todo el mundo acepta que sea así. En Venecia era obligatorio llevar máscara durante los 6 meses de Carnaval…
Los grandes teatros de Vegas donde actúa el Circo del Sol, con shows de una magnificencia nunca vista en Europa (los teatros están a veces construídos exprofeso para una representación determinada); los conciertos permanentes de Eric Clapton, Elton John, Mariah Carey y tantos otros; y, sobre todo, la descomunal fantasía arquitectónica que hace de Las Vegas el Parque Temático del Vicio a Través de los Tiempos –el Keops egipcio, el Cesar’s Palace romano, el propio Venetian, el Paris con su Torre Eiffel casi tan alta como la original…-, nos da a los ciudadanos del siglo XXI una sensación parecida a lo que debió ser la Serenísima (de todo menos Serena) en su apogeo.
Voy a seguir leyendo el libro de Barbier, y luego miraré la Loto. Si me toca (en cantidad suficiente) prometo organizar un circuíto temático-cultural-lúdico-festivo de 5 días en Venecia + 5 días en Vegas para los primeros 10 amig@s que comenten este post.
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Ya sé lo que quiero que me regales por mi Santo, que es hoy: primero, el librito de Barbier y segundo, que en cuanto podamos, vayamos juntos a Venecia y a Las Vegas.-
La comparación es acertadísima, pero la argumentación de ese parecido entre las dos, es todavía mejor.-
Gracias por enviarme tu comentario.-