Las medidas aprobadas el viernes pasado son tan duras que ponen a la sociedad española cerca de su límite de resistencia. Hay para todos: autónomos, grandes empresas, comerciantes, gente de la cultura, parados… Sólo se salvan, de momento, los pensionistas, pero no es descartable que un futuro ajuste les deje también a ellos sin paga de navidad.
Además, por primera vez desde su victoria en noviembre el Gobierno está tocado. Evidentes fallos en coordinación y comunicación han generalizado una impresión de descontrol que añade gasolina al fuego de la indignación general.
Pero creo que hay que hacer todo lo posible por aguantar el tirón, aunque en este caso se parezca mucho a un “tironazo” oficial de un gobierno desesperado y echado al monte en motocicleta.
¿Por qué?
En primer lugar, porque el razonamiento básico es correcto: hay que aceptar las condiciones de los prestamistas, desgraciadamente. Si no, nos podemos encontrar con que el mes siguiente sencillamente no hay dinero para pagar a los parados o pensionistas su mensualidad correspondiente.
La única manera de evitar las condiciones de los prestamistas es no tener que pedir prestado. Y para ello hay que cuadrar las cuentas públicas.
Flota en la sociedad española una tormenta de indignación de diversos orígenes y objetivos: el 15M, el PSOE, la izquierda a la izquierda del PSOE, los antisistema… y también mucha gente de centro o incluso de derecha comienza ahora, creo, a indignarse porque le están tocando lo suyo, y encima les dicen desde el Congreso “que se jodan”.
Hay que decir que Rubalcaba, pese a las voces de su partido que le piden “rentabilizar” de mayor manera el descontento popular, está haciendo una oposición de verdadero guante blanco, propia de quien se ha visto al otro lado de la barrera. Probablemente no será él quien azuze las calles.
Otra cosa es Izquierda Unida y los Sindicatos. Oír decir a Cayo Lara que el Gobierno “arroja gasolina” a las calles no me gusta, pues parece una justificación a priori de las probables nuevas escenas de contenedores ardiendo, escaparates rotos y vete a saber qué más. También, por cierto, es el momento para que todos y cada uno de los miembros y mandos de las fuerzas de seguridad del estado aguanten el tirón y no entren a una sola provocación: ahora más que nunca deben demostrar que están al servicio de la ciudadanía, y exorcizar para siempre a la bestia pegona y chulesca que quiere adueñarse de los espíritus uniformados desde que el mundo es mundo.
Pero España no necesita calles ardiendo, ni éstas pueden contribuír a mejorar nuestra situación. Sí que necesita bastantes más procesos como el de Bankia, para saldar cuentas con todos y cada uno de los responsables irresponsables y en muchos casos mangantes que han dispuesto del dinero público o de su fuente en las Cajas de Ahorros en provecho propio y con manifiesta negligencia. Pero deben ser procesos, debe hablar la justicia, y con toda contundencia; no deben ser linchamientos.
No necesitamos calles ardiendo. Al contrario, necesitamos que vengan muchos turistas; demostrar que somos capaces de sufrir con una sonrisa las vacas anoréxicas; hacer buena la leyenda de sufridores fibrosos de los españoles. El desorden generará más desorden: más fugas de capitales, más miedo, más incertidumbres: el desastre.
Hay que aguantar el tirón. Y el primero que debe hacerlo es el Gobierno. Por favor: pongan orden en sus filas, quiten de en medio a sus propi@s incendiari@s, estén a la altura del momento, háganlo de verdad por España, no piensen en sí mismos, créanse sus palabras, den ejemplo. Gobiernen con el ejemplo, porque quizá dentro de poco será imposible hacerlo ni por decreto ni por la fuerza.

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