53 Fábulas: El Vendedor y el Mendigo
El Vendedor salía cada día de su casa, muy guapo y coqueto. Los zapatos bien limpios, el pelo bien peinado, traje de marca y corbata de seda. Sonrisa en los labios, y un maletín lleno de catálogos y propuestas en la mano.
Caminaba decidido y emprendedor, dispuesto a comerse el mundo. ¿Quién quiere comprar algo de un vendedor triste?
Camino del coche, solía cruzarse con el Mendigo, un zarrapastro puro de andrajos y bolsas de plástico viejas, que parecía talmente una momia prehistórica resucitada: ropas raídas de siglos pasados, barba maltrecha y blanca, una boina paleolítica, y un paso lento apenas roto por el gesto maquinal de acercarse a un transeúnte con la palma extendida pidiendo limosna.
Los primeros días que se cruzaron, el Vendedor tuvo buen cuidado de esquivar al Mendigo. Al pasar junto a él aceleraba el paso y miraba hacia otro lado.
La calle era larga y amplia, por lo que el Vendedor podía identificar al Mendigo muy desde lejos, viniendo en dirección contraria. Le veía detenerse ante algunos viandantes, que en su mayoría pasaban de largo ignorando su súplica casi inaudible. De vez en cuando, alguien se detenía y rebuscaba una moneda que el Mendigo agradecía moviendo la cabeza arriba y abajo, como un palomo jubilado y achacoso. Luego continuaba su marcha.
Al principio, al Vendedor le alegraba poder esquivar al Mendigo. Qué coño, hay tantos… Uno no puede dar ni diez céntimos a cada mendigo del mundo… Además, muchos de ellos son mafias, ganan dinero a espuertas, son actores de la miseria, no son reales…
Por eso, el Vendedor contaba entre sus pequeñas alegrías matinales cotidianas –junto al beso infantil de su pequeña Sara y la patada en la espinilla de su diminuto Cristiano Ronaldo Miguel- el hecho de que el Mendigo no osara acercar su pestilente mano pedigüeña hacia su Persona. Estaba orgulloso de ser inaccesible.
Sin embargo, una mañana (el Madrid había pasado a cuartos de final de la Copa de Europa la noche antes, y estaba especialmente expansivo tras la resaca futbolera), el Vendedor miró al Mendigo con algo de compasión. Sabiéndose a salvo, mantuvo la mirada en la dirección de su marcha durante más tiempo del habitual, aún a riesgo de que el Mendigo captara la señal y la interpretara como una invitación a tender su mano parásita y gorrona.
Pero ná de ná. El Mendigo pasó de largo a su lado. Ni le miró.
El Vendedor sintió un difuso malestar que en aquél momento no supo si achacar al exceso de pacharán futbolero o a qué. El resto del día fue gris.
En las mañanas siguientes, el Vendedor sostuvo siempre la mirada en la dirección del Mendigo. No directamente a sus ojos, claro. Pero sí de forma que diera a entender que no temía su acometida.
Sistemáticamente, el Mendigo pasaba de largo.
El Vendedor se volvió una vez, sintiéndose casi insultado, absurdamente ofendido. Vió que el Mendigo tendía su mano mugrienta al transeúnte que iba detrás suya, un abuelete jubilado que pasó de largo; y vió que también le pedía a un corredor de footing, que obviamente no se detuvo. Y lo que más le dolió: le vió pedir a otro vendedor. ¡El Otro era igual que él! Traje de Roberto Verino, zapatos de Purificación García, maletín de Guy Laroche…
Tuvo una pesadilla. El Mendigo llevaba a sus pequeños Sara y Miguel al circo mientras él era el payaso al que todos tiraban fruta podrida y tomates. Al día siguiente de este evento nocturno, decidió actuar.
Detuvo al Mendigo.
Cuando se cruzaron, como cada mañana, agarró su brazo con cortesía, pero con firmeza. El Mendigo se paró, con una indescriptible sonrisa sapiente y esfumatta en sus labios babosos y asquerosos. Ambos hombres se miraron durante cincuenta décimas de segundo, cada una de las cuales fue eterna.
– ¿No quiere un euro? –dijo el Vendedor.
– Bueno… –dijo el Mendigo.
El Vendedor sacó muy despacio, sin apartar la mirada, una moneda de su bolsillo, y la depositó en la renegría mano del Mendigo.
– Chaval, tienes mucho que aprender de marketing… –dijo el Mendigo, alejándose, con su euro en la mano y una sonrisa mucho más declarada, de triunfo y alegría.
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Buen día, leí atentamente el texto y puedo decir que encierra un hermoso mensaje y le da una buena lección a las personas que creen pueden vivir en un mundo de élite sin mirar el que se encuentra en la parte mas baja de la pirámide. Quiero que me aclaren algo el texto no es una fabula porque los personajes son humanos y no animales ni plantas
Hola, Marcos, muchas gracias por tu comentario. Me alegro de que te haya gustado el texto. En términos literarios, «fábula» no siempre se aplica a narraciones con animales o plantas. Tiene también un significado de «fantasía» o «cuento» simplemente. De ahí por ejemplo, el adjetivo «fabuloso», que se aplica a cosas fantásticas que no necesariamente implican a animales o plantas, ¿verdad? Un cordial saludo.