Leo con horror la narración de un episodio de Violencia de Tráfico reciente en la M30. Según el diario, un conductor recriminó a otro vehículo una maniobra temeraria, y el asunto terminó con los dos ocupantes del primer coche hospitalizados, uno de ellos con todos los dientes rotos y una puñalada. Al parecer, aún no se atreve a salir a la calle -el incidente fue hace seis semanas- por miedo a represalias o a coletazos aún del incidente.

Creo que toda la sociedad deberíamos enviar a estas dos víctimas de la Violencia de Tráfico un mensaje denso y profundo de solidaridad, para que sean capaces de reconstruír sus vidas con la mayor normalidad posible.

Nos escandalizamos con las imágenes de la niña china atropellada en un mercado de aquél país, junto a la que pasan transeúntes indiferentes. Durante la agresión de la M30 -siempre según el diario- varios coches formaron un pequeño atasco tras los vehículos implicados, y nadie bajó para auxiliar. Desde luego, yo tampoco lo hubiera hecho. Uno no sabe lo que ha ocurrido, tiene familia, muchos problemas, y el «no te metas» de la infancia grabado a fuego en el cerebro.

Nos escandalizamos -justamente, por cierto- con un tartazo a la presidenta de Navarra, que Bildu no condena. Quizás haya llegado ya el momento de sumar a estas repulsas sociales generalizadas los actos de Violencia de Tráfico. Hace un par de años, un jubilado se bajó tranquilamente del coche y disparó a quemarropa a una mujer con la que mantenía una discusión por un semáforo. Cada día cientos de conductores sufren agresiones de personas a las que el volante transforma en algo mucho peor. Aunque no lleguen al extremo de la que da motivo a este artículo, están con seguridad en el origen de muchos accidentes mortales y graves.

La Violencia de Tráfico es una enfermedad social comparable a la de Género o al Terrorismo. Hace pocos meses, la DGT de Pere Navarro -a quien habría que dar un premio sin duda por su labor general- comenzó a llamar la atención sobre este fenómeno, ejemplificándole en el acoso de las luces largas a los coches que no quieren sumarse a la velocidad prohibida de otros. Hay que seguir por ahí. Hay que tomar conciencia de que como sociedad no podemos ni debemos tolerar que el cacharro en el que pasamos una décima parte de nuestras vidas se transforme en instrumento de agresión o en causa de ella.

Y hay que mandar un cálido mensaje de apoyo a todas las personas que han sufrido agresiones, accidentes, heridas, humillaciones o lo peor -la muerte- sencillamente porque a otro u otra se le calentó la sangre sobre ruedas. Si no lo permitimos en el hogar, en la escuela, o en el trabajo -violencia doméstica, bullying, mobbing- ¿por qué sí en el asfalto?

 

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