Los versos se escriben en lugares precisos, en momentos determinados. La poesía es el arte de la fugacidad, es decir, la transformación de lo fugaz en aspirante a eterno. La circunstancia casual -pasaba por ahí, estaba no sé por qué, ví esto o aquéllo- cobra en la poesía una dimensión decisiva: la anécdota se transforma en Historia con mayúsculas. (Sí, ok, ya sé que a la poesía le gustan muy poco las mayúsculas, es una forma de hablar).

¿Quién no ha recorrido Praga -mental o físicamente- visitando los lugares de Kafka, quién no ha soñado estar en Isla Negra o Rangún mientras Neruda concebía uno de sus oceánicos poemas revolucionarios (y no por la ideología); quién no ha soñado estar en el jardín imposible que Machado evocaba en el poema a su infancia? ¿Quién no daría la mitad de su fortuna por saber el lugar exacto dónde escribió Cernuda «Las Islas»?

La geolocalización tiene su campo cultural más prometedor en la poesía. Ya sea a la hora de conmemorar -placas Bidis en los lugares imprescindibles: Max Estrella, Valle Inclán, tantos…-, divulgar aniversarios, rutas… Lo digo una vez más y ya me callo: la poesía es lo fugaz hecho cuasi eterno, y por tanto su circunstancia GPS tiene una carga nuclear brutal.

Convocamos, por tanto, el Primer Maratón de #Poesia #Geolocalizada. Recorramos nuestra ciudad buscando los rincones donde se concibieron sus poemas -no placas: bidis, coordenadas.

Hagamos una celebración jocosa de la poesía y la circunstancia como los fotógrafos hacen la suya, recorriendo Madrid (o Málaga, Granada, Coruña, París…) para tomar en cada punto del recorrido una instantánea poética, y luego decida el jurado por votación crowdsourced quién es el mejor.

Gracias, @normadra , @alfonsopineiro por el apoyo inicial a esta locura.

 

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