El verano es profundo, como los océanos, o como los lagos traicioneros.

De hecho, lo más interesante de cada verano es ver hasta dónde llegará su profundidad en cada edición, o su altura.

Como en las atracciones de feria, uno golpea con el mazo e intenta hacer llegar el pistón hasta el gong del premio: cada verano nos lleva al límite de nosotros mismos, a la cantidad de felicidad que somos capaces de experimentar -o añorar.

O como en los péndulos: es el apogeo de la alegría, contra el opuesto frío oscuro y paralizador. Con un añadido de interés: en el movimiento pendular entre la alegría veraniega y la tristeza invernal, cada año cambia el límite máximo de oscilación, contradiciendo de manera flagrante todas las leyes de la física, la mecánica, la matemática y hasta algunas del código penal.

Hay inviernos que llegan más hondos en su profundidad de tristeza insondable, incluso los hay de los que nunca se sale.

Y hay veranos que nos llevan a tales cumbres de alegría y plenitud que igualmente nos estancan en un nirvana ineficaz para el resto del año.

Verano en MadridCada verano, mi máxima curiosidad es conocer su profundidad, su altura, su alcance. Igual que otros viajan al círculo polar para ver auroras boreales, yo me quedo en Madrid para sentir ese silencio brutal, esa claridad imperiosa, ese calor atronador de cada verano, y comparar sus métricas sucesivamente. Lo vengo haciendo hace décadas.

Es la estación de la música, y de la literatura. Las mejores lecturas, ¿a que son del verano? El libro del verano, la canción del verano -tópicos comerciales de un estado de ánimo mucho más auténtico, el de tod@s nosotr@s como seres libres durante un mes laboral (tres durante la feliz era infantil…).

El verano es el tiempo perdido, el tiempo recuperado, la hondura mayor que nuestro espíritu puede llegar a alcanzar. Cada verano, cuando se acerca el puente de Agosto y las calles de mi ciudad comienzan a quedarse silenciosas y vacías, y se puede aparcar, y todo se ralentiza, y vibra el peligro de manera indefinida en la atmósfera, sé que llega. Siento su proximidad como el ratón la zarpa del gato, o como la  copa del pino más alto las nubes de tormenta. Siento su poder como sentía el vértigo en la noria, o en los péndulos de la feria, o en el vuelo infantil lanzado al aire para caer en los brazos del padre. Y me pregunto cada año, en estos días, ¿hasta dónde llegará este verano de profundo?

 

 

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