El Museo de Ciencias Naturales celebra su centenario con una exposición histórica muy interesante. Su edificio es sin duda uno de los más bonitos de Madrid, no sólo por su estructura, sino también por su ubicación, en lo alto de la colina que domina la Plaza de San Juan de la Cruz, alfombrada por un parque de lo más acogedor. El Museo ha dado muchas vueltas, que se cuentan en la exposición conmemorativa, abierta hasta el 20 de Junio. Yo recuerdo que mi padre nos llevaba algunos domingos, y los hermanos nos fascinábamos recorriendo inmensas galerías pobladas de animales inverosímiles congelados en ademanes feroces y sorprendentes. Las plantas bajas estaban dedicadas a mamíferos y aves disecados, con los elefantes, leones, tigres y lobos como grandes estrellas. Y, por supuesto, el gran esqueleto de Dinosaurio, que hoy he sabido fue una donación del americano Carnegie.

Trabajadores en el Museo

Recuerdo también que en una galería superior estaban las vitrinas de entomología, con miles y miles (quizás eran menos, pero a la imaginación infantil parecían millones) de insectos pinchados en alfileres e ilustrados por unas láminas escritas a mano con sabia caligrafía decimonónica. Por cierto, se puede comprar en la librería del Museo el «Paseo por el Gabinete de Historia Natural», de Juan Mieg, publicado originalmente en 1818, y que describe lo que eran las colecciones hace ya casi 200 años…

Material científico de época

Volviendo a las visitas de la infancia, recuerdo que era especialmente emocionante el momento que, en una de las salas de insectos, un ujier amable encendía la «luz nocturna». Las vitrinas entonces se iluminaban de luz azulada para mostrar el mundo de los insectos nocturnos, muy diferente del de los diurnos…

Investigadora de época

Recuerdo o sueño haber visto también esqueletos de tiburones, delfines, y de nuevo cientos y cientos de aves…

Nunca había nadie en el Museo, pero a nosotros nos fascinaban los domingos de visita; era una experiencia casi religiosa.

En los años ochenta el Museo emprendió una ambiciosa reforma que lo catapultó -para suerte o desgracia- a la época contemporánea, marcada por una museología didáctica, pedagógica, escolar, muy diferente a la simple exposición sin mayor explicación de colecciones y colecciones interminables. Entonces me enfadé un poco, porque cuando volvía algún domingo, ya casado, calvo y barrigón, a ver el Museo, no reconocía el de mi infancia, y despreciaba los paneles explicativos de fauna, flora, clima… ¿Quién va a un museo a leer paneles? Prefería el asombro iletrado del niño que apoya la nariz en un vidrio frío bajo el que brillan los ojos falsos del lobo disecado, y asoman sus colmillos escalofriantes. ¿Quien quiere explicaciones?

Mueble de colecciones

Sin embargo, con el tiempo fui aceptando que los tiempos cambian, y con ellos los Museos de Ciencias… Hoy había decenas de chiquillos correteando por las salas, en las que se ha rescatado algunas de las viejas «peceras»  de animales disecados e insectos fabulosos… También el elefante y el lobo andan por ahí… Magnífica la sala circular presidida por un retrato de Carlos III, magnífico su mobiliario. Y en uno de los sótanos he descubierto que muchos de los animales que me fascinaban duermen ahora en unas vitrinas nuevas, casi escondidas en el itinerario (de hecho la sala se llama «almacén visitable»). Allí están, como en un arca de Noé científica, las crías de hipopótamo, los pelícanos, los buitres, y las hienas, y el pájaro dodó, abigarrados todos y sin mayor explicación, como a mí me gustan…

Arca de Noé

Muy recomendable la visita al Museo y a la exposición de su Centenario. ¡Y que cumpla muchos más! Los chiquillos que hoy correteaban por sus salas y -de nuevo- apoyaban la nariz en la vitrina del lobo me harán vivir para siempre.

Maqueta del Museo

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