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Lo que más me gusta de Starbucks es que te pregunten el nombre. Lo apuntan en tu taza y unos minutos después lo vocean cuando el capuchino está listo. Yo siempre digo nombres falsos: Isaac Newton, Cristiano Ronaldo, Tony Blair… Lo digo muy serio, con toda naturalidad, con cara incluso de malas pulgas, como si estuviera harto de que se rieran de mi nombre. La camarera no puede evitar la sonrisa, y lucha consigo misma para no dejar escapar la carcajada. Luego hay que esperar unos minutos (esto en cambio no me gusta tanto, pues para un espresso cinco minutos de espera es una pasada), pero el final merece la pena. «¡Isaac Newton!», dice otro camarero. Yo no respondo a la primera, para que tenga que decirlo más alto. «¡¡¡Isaac Newton, un espresso!!!». Y entonces salgo yo, todo ufano, cojo mi café y me siento.

 

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